Columna de Eolo Díaz-Tendero: Más allá de los votos
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Este 2025 que estamos inaugurando será un año marcadamente electoral. Sin duda que en democracia los votos son un elemento fundante y crucial en tanto son la expresión operativa de la voluntad popular y, por tanto, es entendible el interés de los partidos de transformar votos en escaños y con ello construir espacios de poder legitimado por la ciudadanía para...
Justamente en este punto (el para qué de las elecciones) es que está radicada la debilidad de nuestras instituciones democráticas contemporáneas, especialmente en Chile, donde el nivel de valoración de los partidos políticos y las instituciones democráticas en general tienen tasas bajísimas de aprobación ciudadana.
El origen de la promesa democrática es que la ciudadanía, ejerciendo sus derechos, pertenece a una comunidad que, como contrapartida, le dota de derechos y beneficios básicos que le aseguran un piso de bienestar para el ejercicio de su propia libertad. Así, los votos transformados en escaños y el proceso electoral se justifican y legitiman en tanto ofrecen soluciones concretas a los propios votantes. Así, la legitimidad de las instituciones no es un fenómeno que flota en el aire, sino que se encarna en políticas públicas concretas y tangibles que cambian la vida cotidiana de las personas. Para esto son los votos. Sin embargo, este circuito básico está roto o, a lo menos, muy debilitado para el caso de Chile. La fragilidad de la democracia es que se sustenta sobre una promesa, es decir, en la posibilidad de que la ciudadanía crea en un futuro ofrecido por los actores de la política. Si la percepción es que esas personas no han cumplido, estamos en problemas serios como comunidad política.
Las causas de este fenómeno, sin duda, son variadas y se combinan entre sí, pero en un año electoral es difícil que se corrijan. Es por eso que este es un año en donde pueden surgir riesgos mayores como la posibilidad que se impongan liderazgos facilistas, con cierta distancia del sistema político y que apunten a prometer soluciones simples, pero irrealizables o que terminan por desarmar los avances en derechos logrados en los últimos años, como se ha visto recientemente en otras latitudes.Entonces, en este contexto electoral es crítico destacar la importancia del tipo de promesas que se realicen (programa) y el tipo de coaliciones que se constituyan. Hacer creíble una promesa se basa en la capacidad de conjugar eficientemente una idea con percepciones o sentimientos que le confieren factibilidad. De allí que un programa que se haga cargo de los desafíos de la época deberá ser concreto, enfocado en los requerimientos reales de la ciudadanía y que muestre factibilidad.
Este último punto tiene tres componentes: que sea cercano y pertinente a las necesidades reales de la ciudadanía, que muestre cómo se hace o se ha hecho y cuánto tiempo demorará en tener efectos concretos sobre la vida cotidiana de los ciudadanos. Finalmente, debe estar apoyado por una coalición de actores que permitan su aprobación y ejecución. En resumen: ideas pertinentes y unidad de acción, cuestión que hasta ahora no ha estado presente en ninguna de las coaliciones que pretenden competir. Malas noticias para nuestra democracia.
Por Eolo Díaz-Tendero, director ejecutivo de la Fundación Horizonte Ciudadano
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