Columna de Ernesto Ottone: Aclarando el guirigay
Cuando más parecía “morta e sotterrata”, muerta y enterrada como dicen los italianos, la palabra socialdemocracia asoma con fuerza en la primavera chilena.
Quién sabe si este reclamo de socialdemocracia, con lo que ella conlleva de moderación, gradualidad y voluntad de diálogo, no sea producto de la larga exasperación por los rudos y angustiosos tiempos de pandemia, por la dureza del trato de quienes gobiernan cometiendo demasiados errores, y de quienes se oponen mostrando músculos un día sí y el otro también, impulsando acusaciones constitucionales a destajo y luchas agrias al interior de los partidos con insultos que no se diferencian mucho de los que les propinan al adversario.
En fin, un clima hosco, decadente, en el cual los intereses colectivos no logran sobreponerse a los obstáculos mezquinos de los intereses partidarios.
En ese ambiente de pronto surge la necesidad de autodefinirse como socialdemócrata, una definición despreciada hasta ayer por blanda y conciliadora. Se plasma en la derecha y en la izquierda, en boca de aspirantes a la Presidencia de la República y en aspirantes a “lo que sea su cariño”.
Se utiliza también en encuestas como nombre de un modelo político-económico y curiosamente un 40% de los encuestados define el modelo chileno actual como socialdemócrata y el 68% como un modelo deseable para el futuro.
Para procurar entender de qué estamos hablando se requiere un mínimo de claridad y que no todo sea igual a todo. Se hace, por lo tanto, necesario tratar de desentrañar la chimuchina y debatir sobre conceptos reales y no fantasmagóricos.
La socialdemocracia no es un decir al pasar, tiene una historia, ha desarrollado un pensamiento y una metodología política que naturalmente ha ido variando con el tiempo.
La socialdemocracia clásica surge como una tendencia revisionista y reformadora del pensamiento marxista y se separa gradualmente del marxismo revolucionario, asume a comienzos del siglo XX la dirección de la segunda internacional y del movimiento obrero internacional, pero casi no tuvo existencia en Chile ni en América Latina, salvo de manera limitada en Argentina y Uruguay.
En 1899, Eduard Berstein, quien había junto a Engels y Kautsky participado en la puesta en forma de los libro II y III de El Capital, escribe Premisas del socialismo y objetivos de la socialdemocracia. Señala en ese libro que el análisis de Marx y sus predicciones no estaban resultando exactos y que la anunciada pauperización de la clase obrera no tendría lugar, ya que diferentes factores tecnológicos y las luchas sindicales estaban llevando un proceso de cierta mejoría en las condiciones de vida de los trabajadores, que la sociedad se hacía cada vez más compleja y las clases medias tendrían una amplia importancia .
En consecuencia, el socialismo se encarnaría en reformas graduales y en la extensión de la democracia.
De allí se desprende que la democracia no es una teoría táctica para alcanzar algo diferente, el sufragio universal deja de ser una consideración circunstancial. El socialismo, entonces, no es más que la extensión de la democracia a la gestión económica, sin que desaparezca la gestión privada. Por lo tanto, no es necesaria una ruptura violenta y tampoco una dictadura del proletariado.
La socialdemocracia romperá con las revoluciones del siglo XX para transformarse, particularmente después de la Segunda Guerra Mundial, en una concepción reformista que no propone terminar con el capitalismo y que adhiere a la democracia liberal, proponiéndose reducir las desigualdades que genera la economía de mercado a través de políticas públicas diseñadas para ese efecto.
En 1959, el Partido Social Demócrata alemán, el partido paradigmático de la socialdemocracia junto a los partidos nórdicos, en su congreso celebrado en Bad Godesberg, abandona la referencia al marxismo, señalando “no tener verdades últimas”, planteando que el mercado y la justicia social no son incompatibles y afirmando “competencia donde sea posible, planificación donde sea necesario”.
La socialdemocracia jugó un papel muy importante en la formación del “estado de bienestar” en los 30 años gloriosos de desarrollo socialmente inclusivo en la Europa de la posguerra, pero no hay que confundir los dos términos.
En la conformación del estado de bienestar en Francia jugó un papel decisivo el republicanismo de De Gaulle , en Italia y Alemania la Democracia Cristiana y en Inglaterra junto al laborismo, el pensamiento liberal. Ni qué decir en la versión estadounidense del New Deal, que viene de una tradición política demócrata muy distante de la socialdemocracia clásica.
En Chile, las primeras experiencias reformadoras modernas se dieron en el ámbito del Frente Popular, parcialmente en los gobiernos radicales y en el gobierno de Eduardo Frei Montalva.
El gobierno de la Unidad Popular, con todas sus particularidades, tuvo una ambición revolucionaria algo difusa que no logró concretarse por su derrocamiento violento.
Por lo tanto, en Chile, una metodología política similar a la concepción socialdemócrata, con los límites impuestos por la reconstrucción democrática, recién se experimentó en los gobiernos de la Concertación con muchos más éxitos que errores.
La socialdemocracia no es entonces un término baladí, tampoco es una panacea política, ha cometido faltas en su recorrido, aunque no genocidios ni aplastamiento de las libertades democráticas.
El paso de la sociedad industrial a la sociedad de la información produjo cambios de estructura social que le causaron, tal como al conjunto de las fuerzas políticas, una crisis y la necesidad de un repensamiento de sus políticas.
El gran historiador Tony Judt, desaparecido demasiado joven, decía: “Sería agradable, pero engañoso prometer que la socialdemocracia o algo parecido represente el futuro como algo ideal. Pero esto sería volver a narraciones desacreditadas. La socialdemocracia no representa un futuro ideal: ni siquiera un pasado ideal. Pero es la mejor opción que tenemos hoy”.
Resulta importante tener presente esa historia y estos conceptos en tiempos en los cuales circula demasiada frivolidad conceptual e infoentretención.
La socialdemocracia es una alternativa política con un pensamiento que trata de conciliar los conceptos de libertad e igualdad en un marco democrático, a través de un método de reformas graduales pero persistentes, que para imponerse rechazan todo tipo de violencia.
No es un estado de ánimo benevolente, risueño y cordial sin ningún contenido, como tampoco un conjunto de mandamientos radicales que deban cumplirse a rajatabla en cualquier parte del mundo en nombre de una particular felicidad obligatoria.
Se trata de un camino sensato para construir un mundo mejor y no el mejor de los mundos.
Ni más ni menos.