Columna de Ernesto Ottone: “Ad Portas”

Siches Jackson Boric
Foto: Agenciauno


En pocos días habrá concluido la espera y comenzará un nuevo gobierno.

El gobierno que está en la puerta conlleva muchas novedades, representa un cambio político y generacional profundo, impulsado por una fuerza política construida en pocos años.

La nueva élite dirigente es hija del proceso de modernización reformadora que condujo la transición democrática, a la cual criticó de manera inclemente durante años desde posiciones de izquierda radical en conjunto con fuerzas más tradicionales de la izquierda extrema, en particular por los comunistas. Con ellos constituyeron la actual coalición política, no exenta de fricciones internas. Los une más la necesidad que el afecto.

Como bien sabemos, paralelamente a esto se produjo el suicidio autoasistido de una centroizquierda acomplejada por su obra reformadora, avergonzada de sus logros, achunchada por sus límites y abochornada por sus deslices, en permanente estado de disputa interna por trozos de poder y permanencia en los cargos.

A su vez, la derecha se fisuró gravemente y dirigió gobiernos mal queridos, en su seno se abrieron paso sectores liberales, pero también se produjo el decantamiento de una derecha dura con nostalgias autoritarias, que terminó representándola en las últimas elecciones presidenciales.

Cambió por lo tanto el cuadro político a favor de los extremos y el espacio moderado del centro y la izquierda democrática quedó huérfano y semivacío.

La elección de convencionales coincidió con el zenit de esa polarización y del culto a la pureza antipolítica respecto a las formaciones tradicionales.

Se generaron todas las condiciones para la santificación de los independientes, personajes desconocidos o muy conocidos por talentos aparentemente lejanos a la política. Se establecieron reglas que los favorecieron y se eligieron muchos independientes, que resultaron ser encendidos militantes de diversas causas radicales. Los representantes de los pueblos originarios resultaron ser todos (¡mira por donde!) de extrema izquierda. Todos ellos han mostrado, en la toma de decisiones, ser más disciplinados que un regimiento prusiano.

Los comunistas aportaron su “savoir-faire” en política y se constituyó así una composición sesgada, con una izquierda radical abultada, bastante diferente en su correlación de fuerzas, de lo que mostraría meses después la elección parlamentaria y presidencial.

En la segunda vuelta presidencial, Gabriel Boric, que había llegado segundo en la primera vuelta, tuvo el talento y la habilidad política para comprender que triunfaría solamente a condición de convencer a un sector progresista moderado, no revolucionario, que de ser elegido, garantizaría transformaciones profundas, de manera gradual y respetando las reglas democráticas. Ello le permitió obtener una cómoda mayoría electoral.

Esas señales, continuaron existiendo después de la elección, Boric siguió dando pruebas de morigeración y de sentido de Estado ajenas a refundacionalismos y exacerbaciones identitarias, incluso acercándose a quienes había denostado en el pasado, moderando su visión crítica de la transición democrática y mostrando respeto y quizás hasta una brizna de admiración por sus líderes.

Sin duda, la medida más significativa fue el nombramiento en Hacienda de Mario Marcel. El espíritu refundacional hasta la extravagancia se refugió entonces en los trabajos de la Convención Constitucional.

Pero ahora se trata de asumir el gobierno y las señales ya no bastan. Llega la hora de las decisiones que tienen efectos reales además de simbólicos. Llega el momento donde las promesas y el programa de gobierno deberá confrontarse con una realidad cambiante y muy compleja. No todo lo prometido será realizable, tal como lo señaló Goethe, “toda teoría es gris, querido amigo, y verde es el dorado árbol de la vida”.

Los años de la inocencia quedarán atrás. Como sucede siempre, quien gobierna de objeto de la esperanza se transforma en objeto de la sospecha.

Se pasa a ser, quiérase o no, el centro de la élite política, con enormes responsabilidades de conducción, enfrentando dificultades cotidianas y estratégicas, se debe aprender a ejercer el poder con prudencia y sin perder el alma .

Un elemento decisivo es la convicción democrática del gobernante, el convencimiento de que su legitimidad no proviene solo del acto electoral si no de ejercer el poder en el respeto de las reglas democráticas.

De tener siempre presente que al ganar no se ganó todo y que sus adversarios no perdieron para siempre.

No hacerlo es ajeno a la práctica democrática. Es pensar que alguien posee toda la verdad política. Y la verdad absoluta en democracia no existe, es algo propio de autoritarismos y dictaduras.

Vassili Grossman, el gran escritor ruso nos enseña que en ocasiones la buena voluntad, las excelentes intenciones y la decidida voluntad de hacer el bien puede tener efectos perversos, porque el mal puede proceder de aquellos que quieren imponer a todos su particular idea del bien.

La democracia es un sistema que pone cortapisas a ese peligro a través de la separación de los poderes del Estado y los contrapesos del poder, que eviten su concentración y que aseguren el respeto de las minorías, permitiéndoles la posibilidad de transformarse en mayoría si los ciudadanos así lo deciden.

Los tiempos que vienen no serán fáciles para el gobierno de Gabriel Boric. Serán tiempos revueltos, los efectos de la pandemia limitarán nuestro funcionamiento.

Se deberá recuperar la caída de nuestro desarrollo económico y social. Muchas reformas dependerán de las salud de nuestra economía y el entorno internacional geopolítico será muy incierto e inestable, como lo muestra hoy la situación en el Este de Europa. “El asalto de una autocracia con ambiciones globales a los equilibrios geopolíticos del siglo XX y de la disolución de la ex Unión Soviética, en la que Ucrania es su víctima sacrificial, constituye el primer encuentro directo contra las democracias en el siglo XXI”, nos dice Maurizio Molinari, director del diario italiano La Repubblica .

Son tiempos en los que Chile no puede convertirse en un país desmadejado en el cual fracase el proceso constitucional como fruto de un espíritu partisano encandilado por sus delirios. Ello le haría un gran daño al país y también al nuevo gobierno.

Por ello es bueno que se amplíe el debate y se diversifiquen las voces, de ahí la virtud de la alerta expresada por la iniciativa de los Amarillos, que debería tenerse en cuenta en vez de ser denostada.

Ninguna autonomía es absoluta en democracia. El nuevo gobierno debiera influir en las fuerzas que lo apoyan en la Convención, alentándolos a lograr compromisos y equilibrios que permitan cambiar el tono del actual proceso, sin duda laborioso, pero muchas veces sordo y destemplado y lograr un texto que proteja la democracia, el bienestar social, la continuidad histórica y que sea aceptable para todos.

Hoy pareciera tener mucho sentido aquella expresión latina que emula el enunciado de Aristóteles “in medio virtus” (en el medio está la virtud).

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