Columna de Ernesto Ottone: Después de la tormenta
Transcurridas ya tres semanas de las megaelecciones de mediados de mayo, quizás es posible una reflexión más serena sobre el cuadro político que se ha conformado a raíz de sus resultados.
Fue una de esas elecciones raras en el tiempo, probablemente casi irrepetibles, en las cuales se decidían cosas muy diversas, algunas rutinarias como las elecciones municipales, otras primerizas como la de gobernadores en cuya segunda vuelta se pondrían ahondar las novedades, y otras muy importantes para el largo plazo, como la de convencionales constituyentes.
En cada una de ella los resultados fueron diferentes. Las municipales y las de gobernadores mostraron un avance de la izquierda radical y un retroceso de la derecha y de la centro izquierda que no tuvo un carácter dramático respecto a la correlación de fuerzas preexistente, llamando más bien la atención algunos resultados por su valor simbólico.
El dramatismo se concentró en la elección sustantivamente más importante, la elección de convencionales.
Allí el resultado ofreció un cambio de grandes proporciones, cuya posibilidad se sentía de alguna manera en el aire, pero cuya desmesura sorprendió a todos.
La centroderecha pagó su conservadurismo cerril frente a la cuestión constitucional, del cual hizo gala durante décadas y frente a la cual la apertura reciente de sus sectores más liberales no tuvo la credibilidad suficiente en el electorado como para generar un contrapeso y evitar un descalabro.
También pagó la mediocre conducción del actual gobierno y la infausta animadversión ciudadana que produce el accionar siempre excesivo del Presidente de la República,
La centroizquierda pagó su largo declive, su incapacidad de defender su propia obra y su memoria, sus continuas rencillas, su tendencia a centrar su energía en batallas internas, su pobreza argumental frente a la crítica inmisericorde de populistas y rupturistas, su ansiedad pusilánime en repetir ideas de la izquierda radical dejando de lado su vocación reformadora y la construcción autónoma de propuestas de futuro.
Es así como desdibujó su propio perfil y abandonó un proyecto compartido. Aquello que fue una exitosa alianza política se transformó en un matrimonio de conveniencia con más tirria que amor, una parte comenzó a buscar su objeto de deseo en otros balcones.
Con una centroizquierda tan venida a menos, la izquierda radical, pese a haber heredado no pocos rasgos negativos del mundo político más tradicional avanzó encarnando la voluntad de cambios que se venían manifestando en sectores crecientes de la sociedad chilena.
Pero la que dio el batatazo fue la Lista del Pueblo, quienes trabajaron con inteligencia un resultado fructífero, aprovechando el espíritu crítico reinante hacia los partidos políticos. Ellos constituyen un grupo sin otra historia que el 18 de octubre, de composición heterogénea, lejano a las instituciones democráticas, compuesto por personas más o menos jóvenes, en su mayoría profesionales, hijos del boom universitario, activistas temáticos y sin doctrina política que los una, pero que rehúsan al menos por ahora a todos los partidos casi por igual. Para ellos el Frente Amplio y el Partido Comunista son parte de la “casta” o están muy cerca, a milímetros. Ello generó sorpresa e incertidumbre, también análisis apurados, algunos afiebrados, que parecían escritos en la puerta del Palacio de Invierno.
No faltaron quienes dieron por clausurado por enésima vez el ciclo neoliberal, término que hace rato dejó de significar una doctrina de extrema de derecha, que caracteriza a un tipo de capitalismo, para transformarse en un concepto casi metafísico que engloba todo aquello que no es “pueblo”, de acuerdo a la razón populista.
Pero aquello no es la primera vez que sucede y no será la última. Alexis de Tocqueville señalaba con razón que “Una idea falsa, pero clara y precisa, tendrá siempre mayor poder en el mundo que una idea verdadera y compleja”.
Sin embargo, las cosas no suelen ser definitivas, al menos en democracia. Recordemos que hace menos de cuatro años Piñera ganó con el 55% de los votos. La democracia posee esa gran virtud, que el que gana no lo gana todo y el que pierde no lo hace para siempre.
En la sociedad de la información, por lo demás, el voto ha resultado ser mucho más volátil e infiel que en la sociedad industrial donde se generaban fidelidades políticas de largo plazo como expresión de intereses e identidades de las distintas clases y categorías sociales.
Hoy, en una sociedad más singularizada y fragmentada las posiciones políticas son más variables y en su conformación suelen prevalecer estados de ánimo y factores emotivos.
Por lo tanto, como suele suceder a menudo en la historia de las naciones, la arquitectura del futuro está abierta, la incertidumbre vale para todos los sectores políticos y sociales.
El cuadro actual que a algunos asusta como el infierno y a otros complace como el paraíso puede encauzarse mañana a través de caminos intermedios , de compromisos que produzcan los cambios indispensables con sensatez y apoyo mayoritario.
Es verdad que Chile, aun cuando conserva indicadores muy buenos en el contexto latinoamericano, lleva al menos diez años de lenta declinación y pérdida de su fuerza propulsiva que ha generado desilusión en sectores que, aunque avanzaron mucho no terminaron de llegar a la tierra prometida.
Se han generado dos tipos de verdades, la verdad estadística donde las cifras muestran que los gobiernos claves de la transición democrática lo hicieron razonablemente bien, y la verdad perceptiva y singular, donde las mismas personas que han avanzado, muchas de ellas abandonando situaciones de pobreza, sienten que sus problemas los agobian, piensan que sus viviendas son insuficientes, la educación de sus hijos es mediocre, su endeudamiento excesivo, sus ingresos son bajos y también son muy bajas su pensiones. Sienten que no les toca lo que les debiera tocar, y que tampoco los tratan como los deberían tratar. Encuentran que su pasar es demasiado duro y precario.
La respuesta, sin embargo, no pasa por la destitución social, por el enfrentamiento, la polarización, las amenazas, la violencia y las negativas a buscar acuerdos. Por el contrario, requiere un fuerte esfuerzo por impulsar un empeño colectivo y transversal que abra paso a un proceso de mayor constitución social que permita multiplicar y amplificar la democracia representativa enmarcada en una Constitución que surja del diálogo, que proteja las libertades e impulse mayores niveles de igualdad.
Si no se adopta ese talante, no habrá recuperación posible, el país andará a tumbos y deberemos habituarnos a la decadencia y la mediocridad. La vida en Chile se irá poniendo cada vez mas amarga y esa amargura alcanzará a todos.
El mundo está lleno de este tipo de de retrocesos y la historia, de este tipo de fracasos.
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