Columna de Ernesto Ottone: Elogio a la compostura en política
La compostura en política no debe ser confundida con la compostura social, la cual, aunque menos enjundiosa para el devenir de las sociedades tiene también su importancia. La compostura social se refiere a las reglas sobre los modales, las prohibiciones sociales, la idea del buen gusto y las normas del comportamiento social que comienzan a establecerse en Europa en el siglo XV y que bien describe el sociólogo Norbert Elías y a la cual el gran filósofo Erasmo de Rotterdam, dejando descansar por un momento su gran genio humanista, dedica un pequeño libro en 1530 de gran éxito, “De civilitate morum puerilium” ( De la urbanidad en las maneras de los niños), libro curioso y divertido a nuestros ojos, en el cual desarrolla el concepto de civilidad, un conjunto de buenas maneras válidas para la vida cortesana y que opera para el conjunto de la sociedad.
En ese libro señala entre otras cosas preocupaciones precisas sobre las mucosidades nasales y su manera de removerlas, plantea que no es correcto arrojarse sobre la comida, y menos meter en la comida las dos manos, cómo así mismo aconseja no lamerse los dedos ni ofrecer a otro comensal una mascada del pedazo de carne que está comiendo.
La compostura en política es algo diferente, es una cuestión que apela al fondo y a la forma, al método como parte inseparable del contenido de la política democrática. Consiste en una forma de comportamiento, un estilo, un tono que refuerza en la acción política la búsqueda de un camino reflexivo para conducir la “polis” que procura la búsqueda de acuerdos, que tiende a no polarizar posiciones encontradas, que trata de alcanzar el apoyo ciudadano más bien pregonando las virtudes de sus propuestas que las miserias de su adversario.
Ella busca soluciones que resulten aceptables para amplias mayorías y procura practicar una adversariedad lejana a la concepción relación amigo - enemigo, en la cual el enemigo debe ser destruido.
La compostura política implica decencia y decoro en los métodos a utilizar, contención en el lenguaje, y desecha la estridencia y el insulto, no por ingenuidad e indefensión sino porque desea fortalecer no solo las posiciones que defiende si no al mismo tiempo la vida democrática en su conjunto, protegerla del declive, de la trifulca, de la zafacoca, de las grescas que reinan en los sistemas políticos decadentes, que terminan alentando el surgimiento como epidemia de las ideas autoritarias rudas que proponen poner orden a toda costa, aun cuando sea pisoteando derechos y libertades.
Este tono, este estilo, no significa renunciar a convicciones fuertes y a objetivos y metas audaces y necesarias, no tienen por qué corresponder a una posición política enclenque y vacía, pero busca sus fines de manera serena, gradual, comedida, sin altisonancias, sin pretender poseer verdades absolutas sino con el oído abierto al otro, al que piensa diferente, y actúa de manera ponderada ajustada a las circunstancias, tiempo y lugar.
Ello no significa que quienes la practican carezcan de temperamento y sangre en las venas (y en las arterias, supongo) sino que poseen una capacidad de autocontrol que siempre es útil para cualquier persona, pero que resulta indispensable para un o una líder que aspire a dirigir los destinos de un país, compitiendo en un sistema pluralista y diverso.
Hace pocos días se cumplieron cuarenta años de la muerte en 1984 de Enrico Berlinguer, quien fuera secretario general del Partido Comunista italiano, acaecida en medio de una manifestación, de manera dramática por un ictus mientras pronunciaba un discurso. Berlinguer dirigía el Partido Comunista más grande de Occidente en aquellos años y realizó en él una gradual transformación de su tradición histórica y teórica conduciéndolo a un horizonte democrático y reformador. Nunca dirigió un gobierno, pero para sus funerales Italia se paralizó, lo homenajearon partidarios y adversarios, incluso los más feroces, hubo un sentido de pérdida no sólo política sino cultural, dejó una huella profunda que ha ayudado a Italia a atravesar tiempos aciagos para la democracia.
Años después de su desaparición el partido que él había contribuido poderosamente a cambiar dio origen, junto a otras tradiciones progresistas políticas, al actual Partido Democrático que en las últimas elecciones europeas alcanzó el 24,8% de los votos, siendo el segundo partido de Italia, una enorme garantía democrática en tiempos de auge de la extrema derecha soberanista y de tendencias iliberales.
Algunas de sus ideas no perduraron, y sin embargo su figura sigue siendo muy respetada incluso entre las nuevas generaciones. Ha perdurado en estos cuarenta años un respeto, un aprecio y hasta una reverencia que recorre todo el arco político, las más diferentes posiciones y de muchos ciudadanos alejados de la política. Michele Serra un importante periodista del diario La Repubblica plantea una hipótesis sobre este fenómeno, que en su opinión no responde ni al éxito político ni al carisma del poder que Berlinguer tuvo en dosis homeopáticas.
Berlinguer, nos dice, es añorado porque encarna con una exactitud impresionante aquello que tememos que nuestra comunidad nacional haya perdido para siempre: la compostura (la compostezza en italiano). “La capacidad de mantener un estilo público y una respetabilidad privada que no pueden ser borradas por los acontecimientos, como si entre los deberes de un líder, existiese el de demostrar, no como algo menor, incluso en las tempestades políticas más ásperas y dramáticas un estilo”.
Un estilo de decencia, austeridad, y altura de miras en todas sus batallas desde la liberación de Italia, siendo muy joven hasta su deceso demasiado temprano.
Ese es al fin y al cabo la huella que dejó, algo humano, corajudo y sin trazas de bellaquería. Son muy pocos los políticos a quienes les sobrevive un respeto profundo, duradero y horizontal por su compostura política. No es Berlinguer el único, por supuesto, y los hay de diversas tendencias políticas e ideológica, pero son pocos.
Estamos en Chile en los comienzos de un período electoral que puede reforzar o debilitar nuestra democracia la cual pese a su resiliencia no está en el mejor momento, la atmósfera existente y el nivel del debate es mezquino y penoso.
¿No será hora de reflexionar sobre el tono, el estilo y el método de la acción política? Quizás esa reflexión nos ayude a abandonar la actual decadencia, a dejar de lado las visiones extremas, los intereses particulares que en ocasiones parecen ocupar la mayor parte del espacio público y retomar, poco a poco, el camino extraviado del bien común.