Columna de Ernesto Ottone: Estado de bienestar y constitución
En un conversatorio sobre derechos humanos en la Universidad de California, el presidente de Chile, Gabriel Boric, al exponer acerca de cuál es la aspiración de su Gobierno señaló: “Queremos construir un Estado de Bienestar del siglo XXI. Chile tiene la posibilidad de ser atractivo para el mundo”.
Lo del siglo XXI resulta de toda lógica, no podría ser del siglo XX, porque ya estaría construido, ni tampoco del siglo XXII, porque sería la aspiración de un profeta más que la de un político. Lo del atractivo de Chile es mejor tener un poco de prudencia y esperar que los halagos vengan desde más lejos.
Al comprometerse con la construcción de un Estado de Bienestar, lo hace con un concepto que tiene elaboración teórica y práctica histórica, recorridos diversos, momentos de grandes logros y también de crisis, diferencias y puntos en común, elementos que se han mantenido por muchos años y otros que han debido cambiar y adecuarse al surgimiento de nuevas problemáticas y evoluciones económicas, culturales y políticas. Incluido, nada menos que el paso de la sociedad industrial a la sociedad de la información.
En la literatura se encuentran versiones de diversas exigencias para calificar a un Estado como Estado de Bienestar y no pocas confusiones respecto a sus elementos constitutivos, conviene por tanto aclarar de qué estamos hablando.
No estamos hablando de sus versiones embrionarias como las de la Alemania de Bismark en el siglo XIX, ni de la República de Weimar posterior a la Primera Guerra Mundial, tampoco de los aspectos socialmente compasivos de regímenes dictatoriales, ni de las diversas formas de populismos nacionalistas, como tampoco de las grandiosas aspiraciones estampadas en muchas constituciones latinoamericanas, desde la Revolución Mexicana hacia adelante, que no lograron cuajar sino en muy pequeñas dosis, muchas veces. Cuando más grandilocuentes son esas declaraciones, más lejos está el bienestar social de esas realidades.
Pese a todo su enorme mérito anticipatorio, el “New Deal” del presidente Roosevelt no alcanzó, a mi juicio, a consolidar un Estado de Bienestar propiamente tal, sino una extensa red de protección social que tuvo un fuerte avance posteriormente en los años 60.
En los países que no han alcanzado aún el desarrollo, se ha logrado, cuando más, establecer determinados niveles de protección social. En ninguna parte han logrado ir más allá.
Dejo de lado las experiencias totalitarias del Fascismo y del Socialismo Revolucionario, que han resultado, sin excepción alguna un doble fraude, tanto en el terreno de la libertad como en el de la igualdad.
En verdad quien sabe si con la excepción de Suecia, que comienza su construcción del Estado de Bienestar muy precozmente en 1932, bajo los gobiernos sucesivos de la social democracia, la concepción del Estado de Bienestar es producto de las lecciones adquiridas en torno a la Segunda Guerra Mundial en Europa.
Surge en un continente destruido en buena parte por la guerra, que ha vivido experiencias de horror, genocidios y nacionalismos agresivos, ausencia de democracia y enormes desigualdades sociales.
Nace en sociedades que no quieren repetir la experiencia de un Laissez- faire salvaje en su base económica ni caer bajo el dominio totalitario del comunismo.
No es casualidad que entre sus padres se encuentren los liberales progresistas británicos Maynard Keynes, William Beveridge y T.H.Marshall.
Se trata entonces de un intento por conjugar la libertad de un sistema político democrático y pluralista, con una economía de mercado regulada y una sociedad más igualitaria.
Se trata de abrir todas las posibilidades para que las personas puedan expandir sus talentos y desarrollar sus méritos, independientemente de su origen social, pero al mismo tiempo de asegurar estos accesos. Se trata de garantizar que aquellos con menos patrimonio genético e incluso menos méritos no atraviesen la intemperie de la indignidad, asegurando mínimos sociales que permitan a todos los humanos vivir con decoro.
El Estado de Bienestar no se basa en una teoría revolucionaria, es una concepción reformadora, no impulsa la lucha de clases sino que busca resolver los conflictos sociales institucionalmente a través de reglas democráticas. Requiere de una economía dinámica, porque la protección social a la cual se compromete no es gratuita, requiere de la creación de riqueza y del espíritu contributivo.
Para distribuir y asegurar la salud, la educación, la seguridad social y la existencia de buenos servicios sociales, se requiere generar un financiamiento adecuado.
Las formas de estas protecciones varían en la experiencia nórdica, en la experiencia continental, en la anglosajona y en la mediterránea.
En cada una de ellas es diferente el rol del Estado, el nivel de mixtura entre lo público y lo privado, en quienes son los proveedores de los servicios, las formas de contribución social y los niveles distributivos, pero en todas ellas el nivel de vida es más igualitario y la pobreza es menor que en el resto del mundo.
Son países cuyo sistema político es la democracia liberal, donde hay una separación equitativa de los poderes del Estado, con equilibrios y contrapesos del poder, con autonomías tendientes a fortalecer y no a debilitar el Estado, con un compromiso sin complejos por mantener la seguridad ciudadana y la paz social.
En todos ellos el monopolio de la fuerza está en manos del Estado y solamente en manos del Estado y sus ciudadanos combinan sus identidades abiertas con un” nosotros” propio del Estado-Nación.
Sus constituciones políticas reflejan esa realidad. El tener constitutivamente una vocación social no significa imponer un signo doctrinario.
Ello no las hace sociedades perfectas. ¡Lejos de ello! Como en toda sociedad humana hay quienes se saltan las reglas y en ellas se cometen injusticias. Las hace solo sociedades mejores.
El proyecto de texto constitucional en Chile, hoy “armonizado y temporalizado”, en el cual se describe nuestro Estado como un Estado Social, usándolo como equivalente al de Bienestar, quizás con algo de pimienta retórica, no calza del todo con el espíritu del Estado de Bienestar que hemos descrito. Tampoco constituye una propuesta completamente antagónica, pero está animada de una visión doctrinaria avasalladora y de un acento partisano que la recorre enteramente.
Hay quienes piensan que se podrá navegar correctamente en democracia en una nave construida con maderas torcidas e ir enderezándolas durante la navegación.
Con una lógica más exigente se puede pensar que resulta mucho mejor enderezarla antes de empezar a navegar.
Lo único que hace menos dramática esta disyuntiva es que las constituciones políticas en la vida y en la historia de los países tienen un peso menor al que se les supone. Son ellas, finalmente las que se deberán acomodar a los pueblos y no a la inversa.
Claro, en el intertanto se podrán producir muchos dislates, porque a veces las cosas toman su tiempo…