Columna de Ernesto Ottone: Los peligros de la hipoacusia en política
Han transcurrido varias semanas desde que Chile fue recorrido por un ruido atronador que provenía de un fuerte estallido, el estallido de las urnas en ocasión del plebiscito.
Sin embargo, ese ruido parece haber llegado atenuado al palacio de La Moneda, quién sabe si en ocasión de trabajos de mantención y mejoramientos, se instaló un sistema muy de punta para evitar los ruidos molestos que proceden del mundo exterior, de ese mundo donde habitamos el resto de los chilenos.
El rechazo gigantesco que se produjo ante el proyecto presentado por la Convención Constitucional, apoyado por el gobierno como elemento esencial de su programa, parece haber tenido un efecto menor en el grupo dirigente, cuestión que puede significar dos cosas: o tienen nervios de acero o tienen una grave hipoacusia política.
Lo de los nervios de acero no concuerda con su conducta habitual, parecería más bien que no están entendiendo lo que oyen.
El cambio de orientación política que debería seguir a un acontecimiento de esa envergadura todavía no aparece, lo esbozos que hemos observado hasta ahora son insuficientes y más que responder a lo sucedido, responden a los problemas de gestión preexistentes al plebiscito.
Sin duda, el cambio de gabinete fue en la buena dirección. En el corazón del palacio se reemplazó inexperiencia y rigidez por experiencia y empatía, e inexperiencia y euforia por experiencia y profesionalismo. Ello permitirá ampliar el espacio para aplicar políticas más serias, coherentes y eficaces, que refuercen las que se realizan desde Hacienda para que éstas no se concentren solo en salvar los muebles, sino para impulsar el desarrollo del país.
Pero esos cambios por sí solos no pueden enderezar el rumbo errático de la actual gestión, se requiere un cambio de orientación decidido para obtener resultados.
Para que ese cambio sea posible, se necesita que la palabra presidencial adquiera consistencia, que tenga duración en el tiempo y que sea seguida por acciones que la hagan real. La palabra presidencial no puede ser una seguidilla de impulsos verbales, que cambian con demasiada frecuencia, que avanzan y retroceden, que tratan de conciliar lo inconciliable a través de compensaciones.
Para ello es indispensable comprender el significado profundo del 4 de septiembre, lograr explicar la distancia que mostraron los chilenos con el proyecto refundacional del gobierno.
Se requiere en todo caso una nueva orientación que no renuncie a los cambios, pero que respete una forma de realizarlos que cuente con el apoyo de la mayoría. Es imprescindible, además, una gobernabilidad de mayor calidad.
El resultado de las urnas no es atribuible a un deseo generalizado de volver atrás, de obstaculizar cambios que son necesarios para construir un país más justo socialmente. Quienes piensan así son los menos.
El alma del Rechazo fue un alma moderada, que desea cambios sin trifulca ni atolondramientos, que desea acuerdos y no rostros enfurecidos, que quiere vivir en paz y que las calles no sean campos de batalla de fanáticos enardecidos por sus ensoñaciones.
Así lo mostró el cambio de atmósfera con que se vivieron las fiestas patrias y la rapidez con que se descomprimió la tensión crispada previa al plebiscito. Parecería que comenzó a existir una esperanza de retorno a la cordura.
La gente está ahora en compás de espera, sabe que la situación económica no es buena y que tardará en recuperarse, lo que no puede esperar es que disminuya pronto la violencia y la criminalidad. Preferirá, sin dudas, que las reformas propuestas no tengan efectos destemplados, sino que mejoren efectivamente sus vidas.
El que la ciudadanía actúe con paciencia democrática no significa que está resignada ante una gestión mediocre de discurso altisonante. Ella no está descorazonada, porque sabe que su voto es capaz de cambiar lo que parecía ya un destino. Es hora de prestarle atención a los ciudadanos que no marchan, no gritan, no destruyen, sino que serenamente votan. Al final del día son los más.
No es pertinente entonces decir que “un gobierno no puede sentirse derrotado cuando el pueblo se pronuncia”. Cuando en una democracia el pueblo se pronuncia de manera tan elocuente sobre algo impulsado por el gobierno, éste tiene el deber de sentirse derrotado y sacar las debidas consecuencias para encausar su acción posterior, reflexionar acerca de lo errores que seguramente cometió, poner en duda las verdades en las que creyó a pie juntillas.
Esa es la posición democrática, reconocer la derrota y actuar en consecuencia, lo otro es una simple retórica que puede sonar bonitica y humilde, pero que no conduce a un cambio de rumbos. Para cambiar rumbos es imprescindible tomar decisiones y evitar las visiones contradictorias que se producen al interior del gobierno, que empañan la figura presidencial.
El país no podrá enfrentar con éxito los desafíos que tiene por delante, si quienes lo dirigen no generan las condiciones para retomar el crecimiento concordando una buena reforma tributaria progresiva y una reforma de pensiones sostenible, entre otro cambios.
Tampoco lo podrá hacer si no deja de dar señales ideologizadas como lo hace cotidianamente en los más diversos planos, desde los usos diplomáticos, la visión miope del rol de los acuerdos comerciales indispensables para una economía pequeña y abierta como la nuestra, visiones falsas sobre el recorrido de la desigualdad en los últimos decenios y muchas otras señales propias del bestiario maximalista.
El país debe salir igualmente del fracaso constitucional en el que lo hundió la visión refundacional. Es necesario lograr un acuerdo serio para generar las bases de una nueva constitución, democrática social y moderna, en un período razonable.
A pesar de todos los problemas por los que atravesamos, comienzan a producirse cambios en el arco político del país.
Un nuevo sujeto reformador con otras formas y otras tareas, comienza a ocupar el gran vacío de un reformismo progresista ¡Quién lo hubiera dicho! Se constituyó con éxito Amarillos y otras expresiones políticas también surgirán ofreciendo nuevas alternativas para el futuro.
Surgen posiciones más maduras y liberales en la derecha que se consideran diferentes a la derecha rígida e inmovilista.
En la izquierda se producirán también cambios y probablemente la hegemonía maximalista actual comience a retroceder.
Si ello es así, podría retomarse una acción política más favorable a amplios acuerdos en torno a las reformas futuras, junto a una gobernabilidad más eficiente, centrada en la solución de los problemas acuciantes, desde la seguridad ciudadana a la crisis de vivienda.
Ojalá ello pueda plasmarse antes que la acumulación de desarrollo y democracia construida en los últimos decenios continúe debilitándose y termine extinguiéndose, en ese caso poco a poco volveremos a ver cifras crecientes de desigualdad y pobreza y decrecientes en progreso y crecimiento.
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