Columna de Ernesto Ottone: Mejor no hacerse cachirulos
Es verdad que el dicho es antiguo, pero no por ello menos adecuado para enfrentar el año que comienza. Muchos aspectos de 2024 están bastante condicionados por el año pasado. El 2023 fue un año que tuvo largamente más de agraz que de dulce, no solo en Chile sino en el mundo entero. De acuerdo con las cifras de Cepal el crecimiento de la economía mundial fue lento y cansino como un long Covid. El PIB mundial bajó de 3,5% a 3%, el comercio internacional se estancó, cosa que como siempre ocurre alentó el pensamiento simplón propio de las cabezas soberanistas a resucitar el sueño autárquico del proteccionismo y con ello la existencia de un mundo menos apto para la convivencia pacífica.
Durante el año recién transcurrido las tasas permanecieron altas en los países desarrollados, se incrementó el costo del financiamiento externo y las economías emergentes recibieron menos flujo de capital. Nada para destapar champaña, ni siquiera un noble bigoteado.
América Latina en relación con el mundo tuvo cifras algo diferentes, desgraciadamente no en el buen sentido, fueron peores. El crecimiento de la región fue de 2,1%, se crearon menos empleos, muchos de ellos informales, de mala calidad, las proyecciones para los años venideros son a la baja, y además la brecha de género en materias laborales aumentó, se mantuvo la deuda pública, se redujo el espacio fiscal, subieron los intereses lo que como es natural redujo las posibilidades de desarrollo. La única noticia buena para la región fue el descenso de la inflación y de sus expectativas.
Claro que debemos considerar a Argentina un caso aparte, ya que como sabemos vive envuelta en un denso misterio económico y político. Quién sabe si como dice una amiga, con un personaje estrambótico a la cabeza puede eventualmente encontrarse una solución a la inflación sin provocar una catástrofe en el intento. Ello significaría que como dice el Dante en la Divina Comedia es posible desafiar la razón y “traspassar il segno”, o sea” ir más allá de los límites posibles”. Pero los milagros son raros en economía y la región no la tiene fácil. Consideremos solamente un dato, la productividad laboral de la región en el 2023 fue menor que la de 1980.
Para completar este bosquejo señalemos que la inversión ha disminuido más que en las otras regiones del mundo. América Latina entre 2013 y 2023 ha tenido una nueva década perdida, pero aún más grave para la tendencia de largo plazo son sus cifras del crecimiento tendencial promedio que continúan bajando. Entre 1951 y 1979 este fue de 5,5%, entre 1980 y el 2009 de 2,7%, entre el 2010 y el 2024 será apenas del 1,6%. Con esta situación económica desdichada no resulta extraño la caída de las cifras de desarrollo social.
Entre el 2003 y el 2013, durante algunos años de bonanza económica, los niveles de pobreza habían disminuido al igual que la brecha de desigualdad de los ingresos totales. Hoy han vuelto a crecer.
Para colmo de males, aunque no es sorprendente, todo ello ha sido acompañado por una degradación de la vida política, una caída del fortalecimiento de las instituciones democráticas, cuando no de la democracia “tout-court”, el crecimiento de la inseguridad ciudadana y de la criminalidad que ocupan un lugar de dudoso honor en las estadísticas globales, el surgimiento de autoritarismos de izquierda y derecha y el aumento de la desconfianza en los partidos políticos.
No terminan de aparecer al mismo tiempo personajes estrafalarios y mesiánicos no siempre en sus cabales, quienes prometen resolver los problemas complejos de un plumazo a condición de que los ciudadanos renuncien a ser sujetos políticos y los sigan como vírgenes necias.
Es claro que América latina pese a sus enormes recursos y sin poderle echar hoy por hoy la culpa a nadie, se está quedando atrás en un mundo que avanza poco salvo en su modernidad instrumental que está en pleno desfase con la modernidad normativa marcada más por el aumento de la barbarie que por la acumulación civilizatoria, creciendo los escenarios bélicos y la tensión geopolítica.
Chile cuando reconquistó la democracia fue una excepción, y nadó muchas veces a contracorriente, creció a niveles más altos que la economía de América latina desarrollándose con éxito, pero en la última quincena de años se ha alineado a la conducta errática de la región.
Dirigido por gobiernos mediocres y avatares no buscados como la pandemia y buscados como el estallido social y la ensoñación refundacional que han estancado al país, abandonando por un plato de lentejas su camino sereno gradual, serio, eficiente e inclusivo.
El 2023 no fue la excepción, inmovilizado por la discordia, sus cifras han tendido a ser similares en materia económica social y política con el resto de la región en algunos casos figurando casi al final de la tabla con un crecimiento del 0,1%. En otros aspectos lo salva el patrimonio acumulado por años.
La proyección del crecimiento para este año se supone que será de 1,9% mientras la de América Latina llegará apenas al 1,8%. Sentiremos entonces que llegar a la medianía de la tabla será una suerte de bendición. “Mediocritas, mediocritatis”.
¿Es posible aspirar a una situación que cambie para mejor? Claro que sí, pero se requiere para ello de una gran transformación en la forma de hacer política por parte tanto del gobierno como de la oposición sobre todo en el espíritu en que practiquen la adversariedad y la competencia democrática legítima combinandola con un sentido de Estado, de lograr una base mínima de acuerdo de gobernabilidad. Solo ello pondrá en valor las enormes posibilidades del país y arrinconará a los fanáticos, a los que viven de las peloteras, a los que consideran la política como un arma de combate para imponer su verdad absoluta, aquellos que son incapaces de entender lo que Hamlet le dice a Horacio en la obra de Shakespeare “hay más cosas entre el cielo y la tierra Horacio, de las que han sido soñadas en tu filosofía”.
Como lo anterior no es fácil de lograr, más vale hacerle empeño sin hacerse muchos cachirulos, así no sufriremos decepciones, pero guardaremos un hilo de esperanza.
¡Buen año 2024!