Columna de Ernesto Ottone: No disparen sobre el pianista
Las cuentas públicas presidenciales pueden ser un muy buen escenario para que los gobiernos eleven su apoyo ciudadano. Para ello deben lograr trasmitir un tono republicano, un deseo de construir acuerdos nacionales, mostrar empatía con las prioridades de la gente y abandonar un estilo peleón. Para que ese efecto no sea efímero y se diluya en poco tiempo debe ser seguido por acciones reales y deben evitar medidas que desmientan sus palabras. La cuenta del 1 de junio parece haber causado una buena impresión en la ciudadanía, que se refleja en una mejoría de la evaluación del gobierno prácticamente en todos los aspectos. Ello reafirma que la gente no quiere vivir en medio de una rosca política interminable y que desea que se logren acuerdos que mejoren su existencia y no sufrir los delirios de grupos enfrentados.
Para lograr resultados que duren en el tiempo, sin embargo, el gobierno debería delinear claramente el significado de su accionar, su visión estratégica de la dirección que trata de darle al país, el método con que ese diseño se lleve a cabo. En palabras de Maquiavelo, su “virtud” para enfrentar su “fortuna” o en palabras de Max Weber la mejor forma de combinar sus “convicciones” con su “responsabilidad “.
La cuenta pública del primero de junio del Presidente Boric no alcanza a contener esa dimensión o lo hace de manera algo pichiruche, solo a través de algunos trazos apenas visibles en un largo océano discursivo.
Conviene, por lo tanto, observar serenamente cuales fueron sus méritos y límites.
Ella muestra un encomiable aprendizaje respecto a una mayor comprensión acerca de la acción de gobierno. Se podrá criticar o alabar, pero es el discurso de un mandatario que parece tomarle el peso a su responsabilidad y que está por delante tanto en materias nacionales como internacionales, de la gran mayoría de los presidentes de la región, incluso de uno con larga experiencia cuyo regreso al poder ha mostrado un agudo crecimiento de sus defectos y una jibarización de sus talentos y sentido de realidad.
No ha sido un discurso carente de visión autocrítica y expresa largos pasos positivos desde un refundacionalismo original hacia la búsqueda de una gobernanza democrática.
Es claro que no ha seguido los consejos del otrora gurú Pablo Iglesias hoy asentado en un inconfortable 1% de las preferencias en las elecciones administrativas españolas.
El gran poeta y dramaturgo británico Oscar Wilde en su libro “Impresiones de América”, donde relata su viaje a los Estados Unidos nos cuenta que encontrándose en Leadville, Colorado, en 1882, lo invitaron a un “saloon” en el cual había un singular cartel colgado en una pared sobre el piano, que decía lo siguiente: “Se ruega al público que no disparen sobre el pianista, lo hace lo mejor que puede”.
Parece que a la menor disonancia o disgusto con la música que tocaba el pianista, los parroquianos solían sacar sus revólveres, se dice que muchos pianistas perdieron la vida en esos lugares ejerciendo un oficio a primera vista poco peligroso.
No sigamos esa bárbara costumbre. El discurso presidencial ha sido un discurso pacífico, evita un tono sectario o intolerante y su retórica es cuidada y llena de buena voluntad, hasta amable en ciertos pasajes. Con justicia su autocrítica se concentra en la madre de todos sus errores, en las aventuras de la pasada Convención Constitucional.
Es comprensible aunque no justificable que no aborde más descarnadamente de manera pública el dislate y la peligrosidad para el desarrollo democrático del país que ésta tuvo a través de sus desbordes identitarios, sus particularismos tribales y su lejanía de los problemas reales de la población.
Como bien sabemos, ello no solo provocó un rechazo masivo de los votantes, sino que acrecentó en el sentido común de la gente, el alejamiento y la desconfianza hacia los cambios de la institucionalidad democrática que ha terminado expresándose en un potente apoyo al conservadurismo extremo.
El discurso presidencial destaca naturalmente, aquellos logros sociales obtenidos y afirma la necesidad de reforzar las instituciones, respalda a las fuerzas armadas y de orden y subraya la necesidad de una visión realista en el tema migratorio. Además, señala su voluntad de dialogar respecto a las reformas tributarias, previsional y de salud, con sana conciencia de tener un apoyo minoritario, tiende a rebatir sin explicitarlo que no hay dos vías para las reformas en democracia, sino solo una, la del derecho.
Su verbo podría abrir la esperanza de un mayor abandono de sus ambivalencias, de sus silencios frente a quienes dicen que lo apoyan, pero lo contradicen a diario.
De otra parte, es muy legítimo que señale que en su aprendizaje mantiene sus principios, finalmente lo que es decisivo en política son más bien los finales.
Los ejes que elige para su gobierno son muy loables, lo malo es que no son ejes, son temas que no sostienen una visión estratégica para entregar soluciones largas a los avances sociales, ambientales, civilizatorios y de seguridad ciudadana, porque no se conjugan con una visión sólida de crecimiento económico, que junto al cambio tributario y la mantención de la responsabilidad fiscal aseguren la sostenibilidad de un proceso de cambios.
La ausencia de esta visión estratégica fragiliza el desarrollo futuro, porque muchas de las promesas realizadas cándidamente se pueden volver en contra de su gestión si no llegan a realizarse en un país donde se ha ampliado en demasía la desconfianza y la decepción, donde la gente atraviesa momentos duros, miedo a la violencia criminal, temor a que sus vidas que mejoraron durante años se estanquen, que sus trabajos no perduren y que en consecuencia sus derechos sociales terminen no plasmándose en el diario vivir.
El “logos” de esta cuenta pública sin duda mejora, pero a ello debe seguir la experiencia práctica, el temple de resistir las presiones cruzadas de un reforzado sector ultra conservador y de sus propios partidarios entre los cuales, no pocos, son prisioneros de ensoñaciones doctrinarias, que los ciegan para percibir la realidad.
Hacen bien quienes no disparan sobre el pianista, más vale considerar sus esfuerzos y alentarlo a que toque cada vez mejor una música que resulte grata a los oídos de la mayoría de la gente.
Solo así nuestro " saloon” austral lo pasará mejor.
Con ese espíritu se podría a final de año concluir con éxito el nuevo proceso constitucional. Los expertos han realizado un gran trabajo. Si bien la discusión fue en momentos álgida, hubo una fuerte voluntad de llegar a acuerdo, dejando atrás el espíritu de barras bravas que reinó en el proceso anterior.
Ello permitió construir un proyecto de texto más que aceptable en base a sólidos fundamentos, en él se abordan temas propios de la fase actual de la modernidad, una estructura política y jurídica razonable y una extensión de los derechos sociales sin convertirse en un programa partisano respecto al desarrollo futuro.
Por cierto, no se puede pedir a los consejeros elegidos que reemplacen la discusión por una aclamación, pero si se les puede pedir que no rompan el espíritu de trabajo que abrieron los expertos, que no desmonten el predominio de la sensatez y la apertura a favor de la imposición y la cerrazón.
Chile debe concluir este proceso y acordar un mínimo ordenador aceptable para una mayoría consistente de nuestra convivencia democrática. De no hacerlo nos infligiremos un daño abismal. Por supuesto la vida del país continuará, pero venida a menos.