Columna de Ernesto Ottone: Nueva Constitución y Democracia
Como en política la memoria suele ser corta, parece bueno recordar el suspiro de alivio que recorrió el país cuando esa noche de violencia, el 15 de noviembre de 2019, que seguía a tantas otras parecidas, durante las cuales el gobierno parecía aturdido, las instituciones democráticas carecían de conducta y las fuerzas del orden, de orientación, se logró el acuerdo sobre el proceso constitucional.
Desde octubre parecía que la democracia chilena había perdido el rumbo, no daba pie con bola, el ambiente era angustioso y extenuante. Santiago y otras ciudades principales lucían comercios cerrados y acorazados, sus muros estaban rayados con frases tremebundas, algunas de ellas ingeniosas, otras conteniendo insultos de alto voltaje lascivo en relación a los carabineros y su entorno familiar. Todas ellas estaban escritas con una ortografía arbitraria y desdichada. Cualquier edificio podía ser objeto de las llamas y la barbarie, desde la embajada argentina hasta el Museo Violeta Parra.
Ese suspiro de esperanza en la noche de todos los peligros surgió cuando todos los partidos políticos que se proclaman democráticos lograron un acuerdo que tenía por norte sacar al país de una polarización extrema que provocaba destrucción y parálisis, donde la política había sido cambiada por un campo de batalla.
Se trataba de impulsar cambios que eran necesarios, recobrando un “locus” democrático y pacífico a través de un proceso de nueva Constitución, esta vez legitimada en su origen por los ciudadanos, acordando para ello reglas, tiempos y mecanismos decisionales como parte de un camino para superar los pasos perdidos de la democracia chilena.
Por supuesto, este acuerdo no terminó con todas las expresiones de violencia, porque los partidarios de la violencia, con o sin prontuario, no creen en la democracia; sus objetivos, aunque son variados y difusos, persiguen otros mundos que tienen en común la exclusión de quien no comparte sus convicciones o sus rencores.
Como a los tiempos tumultuosos siempre se agregan nuevas tribulaciones, una pandemia abrupta, rápida y global atacó a los chilenos. El coronavirus obligó a dejar todo en suspenso con el imperioso objetivo de sobrevivir, tuvimos que sosegarnos y mirarnos con otros ojos.
En verdad, ese Chile, el cual solo parecía tener defectos y ninguna virtud, mostró tener más recursos de lo esperado y también que sus habitantes tenían un espíritu más fraterno de lo que se suponía.
El gobierno por fin encontró algo indispensable para hacer y las fuerzas del orden tuvieron una tarea no menos cansadora como prioridad, pero más gratificante.
En la lucha contra la pandemia se han cometido errores por precipitación, como siempre, pero también aciertos que han permitido hacer frente a la ruda infección y sus efectos económicos para la población.
Sabemos que llegará un momento en que superaremos esta pandemia y retomaremos un ritmo de vida más normal, aunque diferente al que experimentamos antes.
Habrá que vivir con el dolor de las ausencias, las cicatrices de las apreturas económicas y el confinamiento, y seguramente introducir nuevas formas de convivencia, estudio y trabajo.
Ya hoy somos un país más pobre, más desigual y menos soberbio; si no hacemos un gran esfuerzo nuestro desarrollo tardará mucho tiempo en lograr el nivel económico en el que estábamos.
Para ello necesitamos una democracia que funcione mejor, que recupere su credibilidad. Será indispensable recuperar una cierta nobleza de la política, tan venida a menos en los últimos años. Solo así será exigible un comportamiento honesto de toda la institucionalidad pública y privada.
Lo primero es cumplir con la palabra empeñada y realizar sin excusas el plebiscito de octubre.
El desarrollo del proceso constitucional es la base para el reforzamiento de la política democrática, para terminar con la lógica amigo-enemigo, para que se afiance una adversariedad civilizada, para que la expresividad social excluya radicalmente la violencia y no la acepte como un mal necesario para mover montañas.
Los sistemas democráticos no florecen en un enfrentamiento continuo y violento. Su fortaleza reside, entre otras cosas, en el aislamiento de los sectores antidemocráticos para aplicar con legitimidad la ley que nos permita un orden público compartido. Sin ello se abre la puerta a todos los demonios autoritarios.
El proceso constitucional será importante, pero no dramático, no debiera concitar ni miedos ni ideas mágicas de refundaciones instantáneas.
Las páginas de una nueva Constitución en democracia suelen llenarse a partir de un debate pluralista, reflexivo, donde los extremos difícilmente se salen con la suya. Al fin y al cabo, en democracia son los países los que cambian las constituciones y no las constituciones las que cambian los países, aun cuando si éstas tienen legitimidad, responden a necesidades reales y expresan reglas compartidas ayudan a hacer mejores las sociedades.
No hay procesos constitucionales ideales, tampoco lo será el nuestro. Seguramente, si vence el Apruebo como creo que sucederá, ya sea la convención constitucional o la convención constitucional mixta, no estará conformada solo por mentes amplias y esclarecidas, por pluralistas convencidos, ni siquiera por demócratas de fierro.
Habrá de todo, como de todo existe en el país. La democracia no responde a la lógica del rey filósofo de Platón. Los elegidos no son los mejores, sino los que obtienen la votación necesaria. Pero aún así, la democracia es lo mejorcito que ha producido la humanidad como sistema político.
Así también será el debate de la convención, se mezclarán las ideas generosas y de búsqueda de un bien común y las mezquinas y dogmáticas, las de defensa de intereses generales con las de cruzados de intereses sectoriales, algunos querrán redactar un programa infinito y barroco, detallando todos los derechos imaginables sin fijarse en gastos, y otros querrán ser parcos y austeros, como el Avaro de Molière; para algunos la propiedad será sacratísima y sin límites, verán con terror que se le ponga algún lindero, para otros ella será solo fuente de codicia y tratarán de fragilizarla al máximo, y así sucederá en muchos temas. Pero habrá también muchas voces serenas que buscarán en todos los planos propuestas modernas, equilibradas y realistas que al final serán el eje de los acuerdos de un texto razonable capaz de proteger libertades e impulsar una mayor igualdad para someter a la decisión al pueblo soberano.
Lo mejor es que nadie salga de la convención ni enteramente desolado ni tampoco demasiado contento. Será la garantía para que todos podamos por un buen tiempo convivir en paz bajo su alero.