Columna de Ernesto Ottone: Otra mirada
Ahora, cuando se ha cumplido ya una semana de la cuenta pública del Presidente de la República quizás resulte posible referirse a su larga exposición con una mirada más serena que las reacciones más sanguíneas que surgen en la inmediatez de las primeras opiniones, y que se extienden por minutos, horas y hasta días después de que éste se haya pronunciado.
Existen reacciones que se dan por descontadas, son aquellas que fuere como fuere el discurso presidencial lo encontrarán una pieza oratoria magnífica, repleta de espíritu de Estado, con los equilibrios justos y precisos, que reflejan una acción de gobierno impecable y un futuro esplendor. Otras lo encontrarán de lo peor que han escuchado, desbalanceado, desconectado de las necesidades de la gente, dirigido a complacer a sus secuaces, miope cuando no ciego a su mal gobierno y que acerca el país a la catástrofe.
Son los gladiadores del Circo Máximo de la política que no están para sutilezas y que preparan las justas electorales que se acercan en esta parte final del gobierno Boric.
Claro, hay en el mundo político personas más reflexivas que no entrarán en ese juego, sobre todo aquellas que no se ubican en los extremos políticos y no andan por este mundo como portadoras de una verdad predeterminada, permitiendo así que la democracia funcione con sus dos pies, adversariedad y búsqueda de acuerdos.
Pero en todo caso no hay que alarmarse, lo grave sucede en los países en los cuales quienes no están de acuerdo no pueden expresar libremente sus opiniones críticas después que habla el jefe de Estado sin que su salud y a veces su vida corra riesgos, en ocasiones letales. Si ellos quieren vivir tranquilos deben encontrar estupendo todo lo que este dijo.
Aprovechando entonces que vivimos en una sociedad regida por reglas democráticas, con poderes del Estado autónomos, con una justicia que comete errores, pero es capaz de formalizar a moros y cristianos cuando cometen fechorías, con equilibrios y controles que buscan impedir el abuso y la indefensión ciudadana, conviene considerar las palabras presidenciales con una mirada laica en el sentido que usan el término los italianos, es decir al margen de una doctrina cerrada de apoyo o rechazo.
Los mensajes presidenciales son muy diferentes según los gobiernos o los gobernantes y también según las circunstancias históricas que ellos atraviesan. Tratándose de una cuenta de lo realizado es casi imposible evitar una cierta autocomplacencia, que se pongan en realce de manera exagerada lo logrado y que se minimicen los errores, incluso que en algunas ocasiones hasta se olviden o se haga de ellos una mención tan oblicua que les permitan pasar colados lo más rápidamente posible, que se seleccionen las mejores cifras y que se guarde religioso silencio sobre las menos decorosas, pero todo ello es humano, aunque en ocasiones demasiado humano.
De todo ello se podrían escribir páginas y páginas. En el reciente mensaje presidencial se han hecho propuestas legítimas y debatibles como sobre el aborto legal que, sin embargo, carece de sentido de la oportunidad y armará una barahúnda sin destino, otras algo desmesuradas en la cantidad y costos cuando sabemos que no hay recursos seguros para llevarlas a cabo, tampoco una correlación de fuerzas que les permita aprobarse, pero sobre todo no hay tiempo por más que el ritmo de la acción de gobierno mejore notablemente.
Sin embargo, hay diversas propuestas realizables y necesarias en temas en los que hay consenso que requieren acción ya sea respecto a seguridad ciudadana, inmigración, infraestructura y soluciones habitacionales, educación y salud que deberían ser apreciadas porque podrían concitar acuerdos y progresos, aunque sean modestos o solo den los primeros pasos y puedan ser continuados por un gobierno incluso de otra orientación.
Pero es bueno poner de relieve lo realmente significativo de este mensaje que asume importancia si los comparamos con los mensajes anteriores.
En su forma y fondo existe un cambio de tono notable, ¡Qué lejos estamos de la mirada acrítica y hasta benévola a la violencia del estallido de octubre del 2019! ¡Qué lejos estamos de la propuesta de la convención constitucional que marcaba el abandono del método reformador por un camino riesgoso para la convivencia democrática y nos podría haber conducido a un fárrago institucional!
¡Qué lejos estamos de esa mirada rupturista con nuestra construcción democrática que convertía el progreso sereno de la transición a la democracia en un error permanente y a quienes la dirigieron en políticos timoratos!
Hoy se les reconoce a ellos su enorme contribución al país.
No es menor en la historia de un país que éste sea capaz de asomarse al abismo y retornar a la razón a través de prácticas democráticas. Por supuesto con pérdidas y abolladuras, con estancamientos que poco a poco se recuperan, aun cuando estamos todavía lejos de retomar el camino de ese desarrollo socialmente inclusivo hacia el cual galopamos en los primeros veinte años del regreso a la democracia.
No es justo que no valoremos estos avances, ese cambio de tono, en nombre de los errores cometidos en el pasado reciente.
Existe mérito en todos los actores que contribuyeron a ese cambio y, por supuesto, también al cambio de posiciones de quien dirige el gobierno y ha avanzado en la comprensión de lo que significa conducir un estado democrático, adelantándose largamente a su grupo político de origen y a sus compañeros de ruta de lábiles y dudosas convicciones democráticas, respaldando a quienes en el gobierno pertenecen a la tradición política hasta ayer denostada.
Hace daño a estos avances cuando, por amortiguar los efectos de ese cambio en los sectores rupturistas, se insiste con propuestas, simbologías y amenazas de vuelta atrás que generan alegría en esa minoría que al fin y al cabo no le queda otra que seguir apoyando al presidente con mayor o menor entusiasmo, pero genera aprehensión y desconfianza en la gran mayoría de los chilenos.
Más le vale a quien le queda mucha vida política por delante la lealtad a su evolución hacia un progresismo democrático que a sus nostalgias estropeadas por la historia.
Esta visión laica del mensaje presidencial quizá puede coincidir con quienes ponen la convivencia democrática y la justicia social en el centro de sus aspiraciones y contribuir a pensar cómo se reconstruye un ethos político en que la competencia no anule el avance de acuerdos para lograr un Chile próspero y equitativo, avance del cual nos aleja la trifulca permanente de los extremos de la política, que sean de derecha o de izquierda solo han sido portadores de infortunio para Chile.