Columna de Ernesto Ottone: Tiempos duros, realismo ineludible

PRESIDENTE GABRIEL BORIC, REALIZA DISCURSO EN CONMEMORACION AL 18 DE OCTUBRE FOTO: MARIO TELLEZ / LA TERCERA


Los tiempos que atraviesa el mundo son los más duros después de la Segunda Guerra Mundial. Vivimos un presente sombrío y peligroso, que no deja fuera ninguna región ya sea en Occidente y Oriente, en el Norte y en el Sur.

Según el Fondo Monetario Internacional, el producto alcanzará apenas el 2,9% en 2023. Se vive una crisis en la cadena de suministros, choques de la oferta de energía y otras mercancías básicas, problemas de crecimiento incluso en China, alta inflación en gran parte del mundo, restricción monetaria y otros problemas económicos.

A ello se agrega una situación crítica de la geopolítica global, marcada en primer lugar por la invasión de Rusia a Ucrania, que no termina de escalar, llegando Putin a hablar de la posibilidad del uso táctico de armas nucleares, abriendo así paso al espanto.

Los países democráticos no atraviesan su mejor momento y cuando las cosas no van bien, surge siempre una fatal atracción por la búsqueda de respuestas simplistas y autoritarias, la búsqueda del “hombre de la providencia” y del chivo expiatorio a quien culpar y odiar, la fragmentación del mundo y la paranoia, el espíritu de fortaleza asediada, la desconfianza generalizada.

En este cuadro, desigualdad y pobreza aumentan.

Como si ello no bastara, vivimos un postpandemia, donde la pandemia no termina y está al acecho, donde el cambio climático ya está presente y aumenta su presencia a un ritmo inesperado.

América Latina tiene proporcionalmente el mayor número de muertos por la pandemia en relación a su número de habitantes y presenta hoy grandes retrocesos en casi todos los planos, está creciendo menos que la economía mundial y Chile menos aun que el promedio latinoamericano.

Los estudios demoscópicos para la región muestran debilidad en el plano de las convicciones democráticas, aumenta la criminalidad y el narcotráfico, se debilitan las instituciones, los impuestos continúan siendo regresivos, el gasto social si bien ha subido, hay dudas sobre la eficiencia de su uso.

Ha crecido la informalidad laboral y aumentado los niveles de pobreza y de desigualdad, diluyéndose los avances logrados en tiempos de mayor bonanza. Para el año 2023, el crecimiento promedio será de 1,6%, tristemente, Chile tendrá un decrecimiento de -1,3%.

Sin duda el reciente triunfo de Lula en el país con la mayor economía de América Latina, es algo muy positivo. Se reemplazará un populismo reaccionario por un gobierno de centroizquierda serena, que genera esperanza de recuperación, pero ello no alcanza a cambiar la dimensión general de los problemas en América Latina.

El esfuerzo por revertir estas tendencias en Chile deberá ser ciclópeo, significará estrechar la brecha de atraso respecto al mundo digital, hacer de la transformación ambiental un arma de desarrollo, avanzar en productividad y competitividad, impulsar el carácter social y democrático del Estado. Vale decir, dejar de lado la retórica ampulosa de nuestros dirigentes, de sus promesas fáciles e incumplibles, de la exacerbación de los conflictos internos paralizantes. Se trata de salir de aquello que Giuseppe Tomasi di Lampedusa señalaba respecto a la Sicilia del siglo XIX, “La complaciente espera de nada” .

Necesitamos menos doctrinarismo, menos constructos teóricos englobadores, como lo es la versión extendida del neoliberalismo, que ha convertido una particular doctrina extremista de la economía de mercado, en un monstruo de múltiples cabezas de carácter universal, fascinando a políticos e intelectuales de la izquierda radical , quienes cabalgan tras la terrible bestia imaginaria para matarla de una vez y dejan de lado el camino más prosaico, pero más útil de construir respuestas eficaces, graduales y progresistas a los problemas del mundo real.

Se requerirá a la vez flexibilidad y voluntad para encontrar esas respuestas capaces de enfrentar estos tiempos duros, recuperar el crecimiento de la economía, generar puestos de trabajo, hacer descender una inflación tenaz que perjudica sobre todo a los más débiles, evitar las quiebras empresariales y el aumento de la desigualdad y la pobreza.

Es evidente que las razones de estos tiempos duros trascienden Chile y sería injusto atribuirlo por entero al actual gobierno, pero sería igualmente injusto negar el papel que el actual grupo dirigente jugó en el pasado reciente alentando medidas populistas, junto a la casi totalidad de la clase política, cuestión que contribuyó a generar la alta inflación que hoy debemos derrotar.

Salir de la actual situación requiere un claro cambio de orientación, se necesita mucho realismo y prudencia y, por supuesto, no resucitar consignas majaretas como “realismo sin renuncia”, que es un unicornio, un animal mitológico y por tanto no existente. El realismo significa renunciar, en primer lugar, al irrealismo.

Tampoco se trata de inmovilizarse, de ceder a la tentación conservadora de renunciar a los cambios. Se trata de hacerlos cuidadosamente, evitando al máximo sus efectos negativos, generando mayorías a su alrededor, priorizando aquellos más urgentes, como la reforma de las pensiones y la tributación e invirtiendo el resto del esfuerzo en hacer un buen gobierno, concentrándose en las cosas que más preocupan a la gente, en primer lugar la seguridad ciudadana .

Significa dejar de lado las excitaciones de sectores que hoy son minoritarios , cuyas quimeras no son compartidas por la mayoría de la gente.

La tesonera Ministra Secretaria General de Gobierno se equivoca parcialmente cuando señala “nosotros no gobernamos en función de las encuestas, gobernamos en función de convicciones”.

Digo parcialmente, porque es razonable no seguir las encuestas de manera oportunista y es bueno tener convicciones, porque sin convicciones no hay conducción. Pero atención, las encuestas por aproximativas que sean reflejan una tendencia mucho más sólida, aquella que proviene del estruendoso fracaso del Apruebo, que más allá de la derrota del proyecto constitucional que apoyó el gobierno, es el vencimiento del horizonte político del grupo dirigente, su estilo y sus planteamientos. Es la exigencia de enmendar rumbos.

Cuando se gobierna en democracia, las convicciones no pueden ser absolutas, deben adecuarse a la voluntad mayoritaria de los ciudadanos.

La necesidad de combinar las convicciones con la realidad es algo que está en la base de la buena política. Isaiah Berlin señala que constituye el talento propio de un político, quien debe actuar inserto en la realidad para procurar conducirla. Max Weber señalaba lo importante que era en política el que junto a la ética de las convicciones existiera la ética de la responsabilidad. Varios siglos antes, Niccoló Machiavelli señalaba la necesidad de que el Príncipe pudiera siempre combinar la virtud, vale decir su voluntad con la fortuna, es decir con los avatares de la realidad, las fuerzas en juego y los humores de la polis.

El Presidente Boric ha repetido, en diversas ocasiones, su compromiso con la democracia y ha mostrado ciertas intenciones de emendar rumbo, ha renovado el corazón de su gobierno, pero la sinfonía aun no da resultados positivos, dista de tener la armonía necesaria. La música que producen sus amigos de siempre es cacofónica y desentona con frecuencia. Invoca aires goliardicos de cuando tocaban en las calles, sonidos quejumbrosos y destemplados de los cuales sienten nostalgia, además, de tiempo en tiempo, aparecen grabaciones con letras agresivas e insultantes que no ayudan a quien dirige la orquesta de gobierno, sobre todo en el álgido tema de seguridad ciudadana.

Los tiempos duros no pueden enfrentarse en democracia con bajo sustento ciudadano y con falta de realismo, ni siquiera con un realismo blando y gelatinoso.

Se requiere ver lo hechos de manera descarnada, llamar derrota política a la derrota política y a partir de ahí, intentar gobernar de otra manera, tratando de enderezar lo torcido. Eso se hace con ideas-fuerza claras tras objetivos posibles. La cantinela ideologista mejor dejársela a los juglares políticos, que pueden cantarle al poder, pero no ejercerlo.