Columna de Ernesto Ottone: Un deseo de esperanza

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1ro de Febrero/SANTIAGO El presidente electo, Gabriel Boric, ingresa a su comando ubicado en calle Condell 249 de la cmuna de Providencia FOTO: LUKAS SOLIS/AGENCIA UNO


Hasta hace muy pocos meses, Chile se percibía como un país peor de lo que en realidad era; el camino democrático emprendido hace 32 años parecía lleno de errores y de abusos.

Defender los aspectos virtuosos de ese camino despertaba miradas aviesas y silbidos reprobatorios cuando se hablaba de cifras que indicaban un tránsito desde la medianía hasta el logro de los mejores indicadores económicos y sociales de la región; los rostros se exasperaban y se repetía categóricamente: ¡Las cifras no quieren decir nada!

Curiosamente, después del amplio triunfo de Gabriel Boric, buena parte de ese estado de ánimo parece haber cambiado, de pronto hay más sonrisas que muecas, más esperanza que desaliento, el pasado se mira con mayor ecuanimidad y el futuro, con más serenidad.

Sin duda, el presidente electo tiene importantes méritos en ese cambio, el discurso de la segunda vuelta electoral no cambió después de asegurar el voto moderado o alejado de posiciones políticas, sino que se reforzó con gestos republicanos en sus primeros pasos poselectorales, describió en términos más equilibrados la construcción democrática que lo precedió y mostró apertura y responsabilidad en el diseño del futuro. Sin renunciar a su intención de cambios profundos, moderó expectativas, acercándose a una visión reformadora y definiendo su espacio como el de una posición progresista, democrática y dialogante.

Tal como el Cid Campeador ganaba batallas después de muerto, él las ganó antes de iniciar su vida presidencial.

Una virtud muy valiosa de quien aspira a dirigir un país democráticamente es la de comprender a qué sectores de la ciudadanía debe convencer para configurar una mayoría que le permita darle gobernabilidad al país.

Fue la experiencia de François Mitterrand, que logró llevar a la izquierda en dos ocasiones al gobierno, durante la Quinta República francesa. En su caso, el problema no consistía en ganar el apoyo moderado, pues tenía una biografía política tibiamente progresista, incluso sus primeros pasos políticos habían comenzado en la derecha.

Habiendo unificado con éxito al Partido Socialista bajo su dirección, un periodista le señaló que mucho elector de izquierda pensaba que él no era verdaderamente socialista, sino que “hablaba” socialista.

Mitterrand, con su rostro de esfinge impenetrable le respondió: “Es posible que yo hable socialista, pero lo hablo bien”.

Gobernó 14 años y, más allá de sus defectos, marcó profundamente a Francia, política, social y culturalmente, y aumentó su papel internacional.

Con todas las diferencias del caso, Gabriel Boric tiene el problema inverso, él se construyó con rapidez y talento, como un líder de la izquierda radical, y ahora debe construirse como un hombre de Estado. Ello significa ganar la confianza de amplios sectores que lo eligieron por su promesa de cambio sereno.

Esos sectores no son ni serán revolucionarios, ellos esperan de su gestión una vida mejor, mayor bienestar social, mejores condiciones laborales, una vejez digna y seguridad ciudadana. Todo ello requiere una economía sólida, crecimiento, orden fiscal, un esfuerzo tributario progresivo, una diversificación productiva y un esfuerzo distributivo. Por ello, cuando tome el timón en marzo no le bastará solamente hablar bien del cambio tranquilo, sino que ello deberá reflejarse en su accionar, en su tono y en su capacidad de conducción.

La conformación de su gabinete ministerial ha sido una señal prometedora de que posee la catadura política para hacerlo.

El gabinete ha sido, en general, bien recibido por moros y cristianos, se ha rodeado de sus cercanos más apreciados, ha puesto en lugares claves conocimiento técnico y experiencia política y no se ha hecho problema en dejar disgustados a quienes hubieran querido un gabinete más estrecho, ellos han tenido que morder el freno, limitándose a algunas frases asesinas apenas disimuladas, pero es claro que la amplitud les molesta y seguirán refunfuñando.

Pero es necesario ser prudente, esto aún no comienza, manejar un gobierno ancho y en parte ajeno requerirá maestría y paciencia.

La composición del nuevo Congreso elegido requerirá acuerdos con una derecha herida y fragmentada y con sectores reformadores que lo apoyaron, pero no fueron incorporados al gobierno. Habrá también una izquierda a su izquierda que lo considerará blando, y le recordarán frases dichas en otros tiempos; también habrá personas ya mayores en el Congreso que andarán de muy mal humor si el populismo no funciona. Deberá vivir con ello.

Al interior de su propia coalición y del gobierno existirán tensiones impulsadas por quienes lucharán por hacer prevalecer pulsiones rupturistas, pues conviven allí historias y metodologías muy diferentes.

No se equivocaba el dirigente socialista de la Cuarta República francesa, Guy Mollet, cuando decía: “La coalición es el arte de llevar el zapato derecho en el pie izquierdo sin que salgan callos”.

El presidente electo deberá transformarse en un eximio artista de ese arte.

Los años que tenemos por delante son años difíciles, las perspectivas económicas mundiales y regionales no son sonrientes y ya sabemos que la pandemia no desaparecerá de un día para otro.

El gobierno saliente deja una herencia con más problemas que logros y no todo es atribuible a él, hay también responsabilidad de las fuerzas que estarán en el próximo gobierno y que contribuyeron al desorden fiscal y la pérdida de la solidez económica, construida durante años.

No será fácil recuperar lo perdido en años de mal funcionamiento parlamentario y decadencia institucional, habrá que tener presente en cada instante que el populismo nunca ha construido realidades sociales positivas y durables en el tiempo.

Finalmente, este periodo presidencial tendrá que vérselas con el resultado que arrojará una Convención Constitucional que refleja poco ese espíritu más positivo que hoy tiende a reinar en el país, sino más bien una propensión al rupturismo y la refundación, la exacerbación identitaria y un doctrinarismo excesivo.

¿Será capaz ella de adecuarse a tiempos más dialogantes, abiertos y esperanzadores? ¿O será un factor de entreveros, de conflictos y de ausencia de búsqueda sincera de coincidencias?

Si se transforma en esto último, será un “presente griego” para el proceso democrático. Esperemos que no sea así y que se evite que la propuesta final del texto constitucional refleje un espíritu partisano que en vez de fortalecer y perfeccionar nuestra democracia conduzca a situaciones enfrentadas que deterioren nuestra convivencia.

Quien más puede contribuir a ello es el propio nuevo gobierno a través del tono que adquiera su labor.