Columna de Ernesto Ottone: Venezuela desvalijada

Venezuela desvalijada
"Venezuela desvalijada". REUTERS


Conocí Caracas cuando corría el año 1965, estaba yo en la baja adolescencia y de Venezuela conocía los nombres de la edad escolar, Bolívar, Miranda y nuestro Andrés Bello. Era un lector precoz de Rómulo Gallegos, pero no alcanzaba a tener una imagen de cómo lucía Venezuela. Me impresionó mucho.

Para un chileno acostumbrado a un país modesto, austero, con más citronetas que grandes autos americanos e infraestructuras que se modificaban muy lentamente llegar a esa ciudad era como estar en vivo en una película de Hollywood.

Eran años de gran crecimiento económico para Venezuela, Caracas lucía carreteras urbanas en altura que se cruzaban de manera caprichosa. El centro histórico parecía ser el único lugar caminable.

En esos años, Venezuela producía 2.7 millones de barriles de petróleo por día, se crecía a 5 % ó 6% anual, el desempleo era bajo y se invertía mucho en construcciones y servicios públicos, se intentaba diversificar la industria con algún éxito y las infraestructuras mejoraban a ojos vista. Claro, la vieja marca de la desigualdad y la pobreza latinoamericana seguía existiendo, morigerada apenas por la bonanza y contrastaba con la abundancia existente.

En 1958 se había realizado un acuerdo político, el Pacto de Punto Fijo entre los principales partidos democráticos, pacto que cerró el ciclo de inestabilidad y activismo militar anterior. Este pacto firmado entre Acción Democrática, Copei y la Unión Republicana Democrática, tres partidos más bien reformadores, liberales democráticos o socialcristianos dio paso a una estabilidad política democrática hasta 1998. En esos años se atravesaron avatares positivos y negativos, pero la continuidad democrática no se rompió. Gobernaron en ese período seis presidentes entre los cuales Rómulo Betancourt, Rafael Caldera y Carlos Andrés Pérez.

El boom petrolero de los años setenta convirtió a Venezuela en uno de los países más ricos de América Latina. La caída de este boom en 1983 la llevó a una crisis económica prolongada, pero tanto durante los años de vacas gordas como en los de vacas flacas se realizaron reformas económicas y sociales, se enfrentó a la guerrilla de inspiración cubana en los años 60 hasta lograr desmovilizarla en los años 70, se tuvo la capacidad de resistir la ola de dictaduras militares en América del Sur, convirtiéndose en un oasis de refugio y libertad para muchos latinoamericanos, al mismo tiempo que no hubo capacidad para evitar una extendida corrupción durante los tiempos de bonanza y un aumento de la criminalidad y la violencia en los tiempos malos.

Si bien en su conjunto fueron años de progreso, la mediocre distribución llevó a un crecimiento del descontento y a la volatilidad social que culminó con protestas sociales que dejaron una huella profunda con el Caracazo del año 1989. Ello despertó el activismo militar y un intento de golpe de Estado en 1992, encabezado por un teniente coronel de temprana tendencia revolucionaria y devoto de Fidel Castro, para quien la continuidad y las instituciones democráticas carecían de valor. Su nombre era Hugo Chávez.

Fracasado el golpe, Chávez construyó un camino electoral entendiendo que solo por vía electiva llegaría al poder y lo logró en 1999 , los mismos sectores democráticos venidos a menos, pensaban que quizás en el gobierno, Chávez transitaría hacia un progresismo democrático, pero sus planes eran otros, se movía con astucia y habilidad, contaba con la mayoría de los votos y también con el apoyo de las armas, su revolución llevaría el enigmático nombre de Socialismo del siglo XXI, enigma que se llevó a la tumba, pero que significaba desmontar la democracia desde el interior del poder.

Como es costumbre en las aventuras refundacionales, lo primero que hizo fue la redacción de una nueva Constitución aprobada por referéndum y cambiarle el nombre al país con una visión a la vez nacionalista y con una extraña idea de Bolívar estableció la República Bolivariana de Venezuela.

Nacionalizó industrias claves y con la nueva bonanza petrolífera realizó movilizaciones sociales, jibarizó las instituciones democráticas liberales y realizó mejorías sociales, logró evitar un intento de golpe de Estado en 2002, atacó con histrionismo a Estados Unidos en nombre de un antiimperialismo en desuso y a destiempo, desarrolló un maternal apoyo a una Cuba que apenas respiraba e hizo de Rusia, China e Irán sus interlocutores favoritos en el mundo.

En América Latina extendió un apostolado petrolero y apoyó tendencias similares a las suyas en varios países que en distintos grados abrazaron su bolivarianismo. En verdad a ninguno le fue muy bien, los ha unido el fracaso más que la revolución.

En Venezuela cada vez más los procesos electorales se hicieron sospechosos, y la economía se fue a pique. Siete millones de venezolanos huyeron al extranjero entre ellos también grupos delictuales, quienes empezaron a carecer de mercado interno por la pobreza. La corrupción volvió por sus fueros en manos esta vez de nuevos grupos civiles y militares.

El autoritarismo se profundizó y las violaciones a los derechos humanos aumentaron.

Cuando el hombre falleció, lo sucedió Nicolás Maduro, su hombre de confianza, agresivo, de insulto fácil y mirada anodina, sin su astucia ni su carisma, de enorme corpachón y de pensamiento estrecho, quien venció en una muy ajustada elección.

Se dedicó a empequeñecer cualquier resquicio democrático, terminó de consolidar la dictadura, pero no podía suprimir, sin embargo, el camino eleccionario con el cual llegó al poder. La oposición fue reprimida, encarcelada y golpeada, pero continuó existiendo más allá de todas las trabas y atropellos.

Así es como se llegó a la elección del domingo pasado en la cual la oposición contra viento y marea le plantó cara, apoyando a un hombre decente como candidato de reemplazo de la líder prohibida.

Ya conocemos lo que sucedió, un manto de abusos, maniobras, incorrecciones y amenazas parecen haber convertido un amplio triunfo de la oposición en un triunfo fantasioso del gobierno que ni ellos creen. Todo indica que las cifras entregadas por un gobierno que nunca ha hablado con la verdad corresponden a una acción fraudulenta que pasará a la historia de la antidemocracia. Ningún país democrático en forma ha comulgado con esas ruedas de carreta, tampoco Chile, y debemos sentirnos orgullosos de ello.

En un mundo tan polarizado donde las tendencias autoritarias tienden a crecer y a proteger a sus pares, el regreso de la democracia en Venezuela enfrenta un camino ríspido porque el despotismo no ve futuro fuera del poder, pero es mucho lo que se ha construido para bajar los brazos ahora. Es menester demostrar el expolio, aun bajo amenaza.

Una pregunta imposible de evitar surge en estos momentos y es válida también para Chile:

¿Es posible, es correcto, es consecuente, es aceptable que quienes conforman sinceramente una izquierda democrática, puedan caminar del brazo de quienes son solidarios con la barbarie antidemocrática? No hablo de coincidencias puntuales que son de la esencia de la praxis política, me refiero a una construcción estratégica duradera.

Creo que en algún momento ello debiera llamar a reflexión, ese maridaje puede dar frutos en lo inmediato, pero lleva siempre a un enredijo antinatura, lleva a perder el alma.