Columna de Esteban Calvo y Nicolás Ocaranza: El futuro de las universidades en un Chile envejecido
Imaginen un país donde las aulas, alguna vez llenas de jóvenes estudiantes, comienzan a vaciarse.
Más que una distopía, los datos muestran que en la última década el número de jóvenes chilenos de 18 a 24 años cayó a menos de 1,8 millones, y se proyecta que la cifra seguirá descendiendo, alcanzando 1,5 millones en 2050. Esta contracción pone de manifiesto los desafíos que enfrentan las 58 universidades del sistema de educación superior, que congregan 814.262 estudiantes de pregrado, para mantener sus niveles de matrícula, su impacto social y sostenibilidad financiera.
Las universidades no pueden permitirse ser reactivas. Deben innovar y adaptar sus modelos educativos. Así, una de las estrategias más prometedoras es la diversificación de la oferta educativa, con programas más cortos y flexibles de postgrado, microcredenciales y educación continua, diseñadas para un grupo demográfico más adulto que busca compatibilizar estudio, trabajo y, en algunos casos, incluso periodos de jubilación.
El modelo de vida en tres etapas —educación, trabajo y jubilación— se está volviendo obsoleto e insostenible. La expectativa de vida es tan alta que los chilenos de hoy pueden esperar trabajar por medio siglo y pasar un cuarto de siglo jubilados.
En este contexto de longevidad, la necesidad de seguir estudiando a lo largo de la vida es casi una exigencia para mantenerse competitivos en un mercado laboral en constante evolución. Y la jubilación ya no es el final irreversible de la vida laboral; para muchos, es el comienzo de una nueva fase de aprendizaje y desarrollo, que puede combinarse con periodos de estudio y trabajo.
Además de diversificar la oferta educativa, las universidades deben explorar otras estrategias de adaptación, como la implementación de la inteligencia artificial (IA), que se presenta como una herramienta poderosa para personalizar el aprendizaje y optimizar la gestión, permitiendo experiencias educativas más eficientes y mejor adaptadas a las necesidades individuales de estudiantes de distintas edades.
La expansión de la educación en línea ofrece oportunidades para ampliar su alcance geográfico y atraer estudiantes internacionales (para esto se requieren mejores políticas públicas para la inmigración de estudiantes); y las asociaciones público-privadas en torno a proyectos de formación e investigación son también alternativas que pueden mejorar la sustentabilidad e impacto de las instituciones educativas.
La transformación de la educación superior es inevitable, y es una oportunidad única para repensar el sistema educativo de las próximas décadas.
Si no actuamos ahora, corremos el riesgo de convertir nuestras universidades en monumentos silenciosos de un pasado que no supimos transformar. Es hora de llenar las aulas, no solo con estudiantes de todas las edades, sino con ideas innovadoras que aseguren un futuro vibrante para la educación en Chile.
Por Esteban Calvo, decano de Ciencias Sociales y Artes, y Nicolás Ocaranza, vicerrector académico, de la Universidad Mayor
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