Columna de Ezequiel Spector: Elecciones en Venezuela, lo positivo dentro del drama

Presidential election in Venezuela


Si lo malo ha de ocurrir, mejor que ocurra visiblemente. Este principio es válido en diversos contextos. Las enfermedades que ocasionan síntomas claros son más fáciles de detectar y tratar. Las señales claras de agresividad en nuestra pareja son una advertencia para terminar la relación cuanto antes. Al considerar la compra de un inmueble, es mejor que sus defectos sean evidentes para poder reconsiderar nuestra decisión. Los cambios en el cielo y los truenos nos ayudan a prever la tormenta y resguardarnos.

Lo ideal hubiera sido que las elecciones en Venezuela hayan sido transparentes y limpias, para ponerle fin a la tiranía de Nicolás Maduro. La decepción de la ciudadanía venezolana es perfectamente entendible, y nada de lo que vaya a expresar aquí funcionará como consuelo. Dicho ello, me atrevo a formular la siguiente hipótesis: si el fraude ha de ocurrir, mejor que sea a la vista de todos, para que el mundo pueda apreciar de qué se trata ese régimen y quiénes lo defienden.

El autoritarismo y la corrupción se nutren de la confusión. Ningún dirigente va a aceptar nunca que es autoritario ni que es corrupto. Sin embargo, para ser persuasiva, la negación de estos cargos debe estar respaldada por un trasfondo poco claro. Los tiranos tienen dos formas de crear este entorno turbio.

La primera es la represión y la censura. No es casualidad que estos regímenes sean los que le temen a la libertad de expresión y a la información pública. Entonces deben asegurarse de tener el control de los medios de comunicación y, en lo posible, del acceso a Internet.

La segunda es el uso de voces militantes para ocultar o, en su defecto, convalidar lo que está ocurriendo. A veces, estas personalidades son lo suficientemente torpes como para que sus intenciones sean evidentes; entonces podrían decir, por ejemplo, que Venezuela no es una dictadura, sino una “democracia diferente”, con sus propios procedimientos. Otras veces, son más sofisticados y se esconden detrás de un manto de supuesta neutralidad; entonces, aparentan ser analistas políticos objetivos que nos dirán algo como “debemos escuchar las dos campanas porque ambas pueden tener algo de razón”.

El fraude no debe suceder, pero si ocurre, mejor que sea en un escenario con bambalinas bien visibles y todos los faroles apuntando al mismo tiempo, con miles de millones de personas observando. Dentro de la tragedia, ello tiene algunas consecuencias positivas.

La primera es que ahora sabemos que el fraude es una estrategia posible en ciertos contextos. Por supuesto, no es una novedad. Pero hasta ahora muchas voces públicas podían apelar a trucos semánticos para tratar de ocultarlo. Hoy, es visible a todas luces y Latinoamérica sabe que el camino hacia regímenes venezolanos es, probablemente, solo de ida, sin vuelta atrás.

El segundo efecto positivo es que lo sucedido manchó a todos los proyectos políticos vecinos: movimientos y partidos en Latinoamérica que, sin llegar al extremo de Venezuela, tienen tintes autoritarios. Por ello muchos de ellos se están corriendo con la esperanza de poder salir limpios (en Argentina, por ejemplo, el kirchnerismo se mantiene, en general, callado).

Obviamente, habrá algunas pocas voces en la región que insistirán en ocultar lo inocultable. Y aquí surge la tercera consecuencia positiva: siempre es útil saber hasta dónde están dispuestas a llegar algunas personalidades. En la izquierda puede haber individuos que tengan vocación democrática y sostengan que una economía de mercado e instituciones republicanas es compatible con un Estado de bienestar y elementos de justicia social. Pero otras personas son simplemente tiranos en potencia. Este tipo de hechos, aunque tristes, sirven para aislar estos sujetos y saber a quién no votaríamos nunca por entender hasta dónde tienen pensado llegar.

Como adelanté, nada de esto puede servir de consuelo para quienes tenían la esperanza de una Venezuela libre. Pretendí, tan solo, señalar algunos efectos colaterales que, dentro del drama, podrían ser útiles para una lucha más efectiva por los valores de la democracia y los derechos humanos.

Por Ezequiel Spector, director del Magíster en Filosofía, Economía y Política, Universidad Adolfo Ibáñez

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