Columna de Felipe Balmaceda: Flexibilidad: preparándonos para la automatización
La revolución de la automatización (robotización e inteligencia artificial), a diferencia de otras, tiene la particularidad de sustituir el trabajo, en vez de complementarlo. Así, la participación del trabajo en el producto total ha caído en forma permanente en los últimos 30 años, las diferencias salariales entre personas con educación superior y sin ella se ha acrecentado (más aún entre hombres), los puestos intermedios son los que más rápido desaparecen, y las estimaciones sugieren que un 40% de los actuales trabajos ya no existirán al final de esta década.
Las características de esta revolución hacen difícil saber qué pasará con la empleabilidad, los ingresos y el capital humano en trabajos que están desapareciendo. Sin embargo, para navegarla es fundamental la flexibilidad, entendida esta como la capacidad de adaptar pensamientos, decisiones y acciones a situaciones novedosas, cambiantes y/o inesperadas. Dicha flexibilidad demanda una institucionalidad del mercado laboral que no solo la acomode, sino que la fomente.
La indemnización por años de servicio desincentiva el cambio y búsqueda de trabajos donde las habilidades actuales sean más productivas; y encarece la contratación, lo que incentiva la automatización. El hecho de que los salarios no sean por hora y no haya flexibilidad en la jornada laboral dificulta el trabajo formal part-time, la opción de desempeñarse en múltiples trabajos, y la transición de una ocupación a otra. La falta de competencia en algunos segmentos del mercado laboral no es parte de la agenda de la autoridad, y el salario mínimo responde a presiones políticas más que a las condiciones cambiantes del mercado del trabajo.
Los mecanismos de capacitación del Sence son poco efectivos, el dinero termina en su mayoría en manos de intermediarios (OTIC), los programas de capacitación de las empresas son pocos y su integración con los institutos técnicos es débil, el financiamiento y estatus de la educación técnica es bajo, no existe una asociación público-privada para generar un sistema de recapacitación y reubicación de trabajadores, y la educación escolar es extremadamente rígida, focalizada en la formalidad, y no en la creatividad y adaptación. Todo esto dificulta la adecuación del capital humano.
En resumen, el mercado laboral actual no solo no está preparado para esta revolución, sino que la incentiva para evitar los costos crecientes del trabajo, la baja productividad y las escasas posibilidades de adecuar el capital humano. Hoy se exige adaptación y anticipación, trabajadores capaces de desempeñarse en ambientes cambiantes, y de encauzar su interacción con los robots y la inteligencia artificial; así como empresas flexibles capaces de acomodar diferentes habilidades y proactivas en el proceso de adaptación del capital humano actual. El Estado debe proveer la institucionalidad para esto.
Por Felipe Balmaceda, UNAB - Instituto de Políticas Económicas, LM2C2, MIPP, ISCI