Columna de Fernanda García: Sobre el 8M y la necesidad de romper con el feminismo de cartón

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La conmemoración de un nuevo 8M nos exige reconsiderar con seriedad la verdadera relevancia del caso Monsalve y lo que éste representa para las mujeres y los feminismos en Chile. Su trascendencia es profunda y va mucho más allá de constatar la incoherencia política e ineptitud ejecutiva del autoproclamado “gobierno feminista”.

Es natural que ineptitud e incoherencia sean las aristas más visibles del caso, atendida la sorprendente inoperancia que mostró el gobierno en cumplir y hacer cumplir a los suyos las normas más elementales sobre prevención y debido proceso en materia de acoso sexual laboral. Pero su verdadera trascendencia, desde una perspectiva feminista seria, consiste en advertir el profundo daño que ha significado para las mujeres la apropiación hegemónica de la causa feminista en Chile por parte de una izquierda en extremo radicalizada. Los devastadores efectos de esta apropiación se pueden resumir en tres ideas concretas.

Primero, la apropiación política de la “agenda mujer” es utilitaria y frívola. Es utilitaria por estar sometida a las exigencias de la polarización política. Por ello, por ejemplo, insiste en revivir el debate sobre derechos reproductivos a pesar de existir una ley de aborto vigente y de no contar con las mayorías necesarias para ampliarla. Por carecer de convicciones sustantivas, se muestra frívola como en el affaire Gabinete Irina, e incoherente, como en el caso Monsalve que aquí comentamos. Gravemente y por defecto, omite convocar a fuerzas transversales para encontrar soluciones que permitan desatar el verdadero nudo sobre el que descansan las brechas hoy. Este no es otro que la división sexual del trabajo doméstico, su atribución prioritaria en las mujeres, y su falta de adecuada valoración económica y social.

Segundo, los feminismos de la izquierda radicalizada no son sólo críticos del orden liberal y la democracia formal, como ocurre en otras latitudes, sino que, en Chile, se posicionan como sus abiertos detractores. Su empeño por negar la agencia femenina, su ethos decrecentista, y su particular visión sobre la parentalidad y las relaciones sexoafectivas heterosexuales, a las que gusta caricaturizar como imposiciones sociales casi patológicas, denosta y excluye a la mayoría de los chilenos. Se niega capacidad como interlocutores válidos no sólo a hombres, creyentes, madres, o generaciones mayores, sino prácticamente a todo quien no comulgue irrestrictamente con cada uno de sus postulados eminentemente políticos.

Tercero, lejos de contribuir a la transformación cultural y al apremiante y necesario derribamiento de rígidos estereotipos de género, la radicalidad y soberbia excluyente de los feminismos radicalizados ha sido contraproducente. En nuestro país, ella ha hecho crecer en fuerza y virulencia la narrativa de exponentes de un antifeminismo verdaderamente premoderno. No es de extrañar entonces que algunos, con éxito, propongan actualmente eliminar el Ministerio de la Mujer.

En este 8M importa, como siempre recordar que la discusión sobre los estereotipos de género que ahogan la autonomía personal es vital en nuestra sociedad. También es preciso admitir que, aunque prioritaria, la reflexión sobre la distribución sexual del cuidado no agota el debate sobre la equidad de género. Pero nada de esto será si quiera posible o útil, si quienes dedican sus vidas con seriedad a mejorar la condición de las mujeres no deciden romper decididamente con el yugo de algunos mal llamados feminismos radicales, que en Chile ha quedado demostrado, son verdaderamente, feminismos de cartón.

Por Fernanda García G. Faro UDD

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