Columna de Fernando Ayala: ¿Quién le tiene miedo al lobo?

Swiss Foreign Minister Ignazio Cassis chairs United Nations Security Council meeting
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Estados Unidos, Rusia, la OTAN, Israel y otros países se sienten con el derecho de violar la Carta de Naciones Unidas y los principios del derecho internacional cuando conviene a sus intereses. Así ha ocurrido a partir del término de la Segunda Guerra Mundial y el establecimiento del organismo cuya Carta pasó a ser una suerte de Constitución global que rige a los 192 Estados que constituyen la comunidad internacional. En las innumerables invasiones y guerras desde la segunda mitad del siglo XX hasta hoy, la primera víctima -además de la verdad- son los artículos específicos de la Carta que regulan el uso de la fuerza y las sanciones. Para autorizar una guerra debe cumplirse lo establecido en ella y además ser aprobadas las medidas coercitivas por nueve de los 15 países que conforman el Consejo de Seguridad. Pero eso no basta. Los cinco miembros permanentes, es decir China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido y Rusia, tienen poder de veto, lo que se traduce en que, si 14 países aprueban medidas punitivas, basta que uno de los cinco grandes se oponga para que no se pueda aplicar la resolución. Es lo que ha ocurrido a lo largo de la historia de la organización y es la razón por la cual ni Estados Unidos ni Rusia preguntan antes de atacar o invadir un país. Incluso la OTAN, bajo comando de Washington, bombardeó durante tres meses lo que quedaba de Yugoslavia, en 1991, saltándose la legalidad. ¿Qué sanciones se pueden tomar contra alguno de los cinco grandes cuando violan la Carta de Naciones Unidas? Ninguna, esa es la realidad del poder y la debilidad del derecho internacional.

Diferente son las reacciones y los resultados de las invasiones y ataques. En 1979 la Unión Soviética ocupó Afganistán para proteger un gobierno afín a Moscú y se tuvo que retirar 10 años después. Estados Unidos lo hizo en 2001 buscando a Osama bin Laden y permaneció dos décadas en el país. Los ingleses lo invadieron dos veces en el siglo XIX. Todos debieron retirarse derrotados, con muchos muertos, y los talibanes continúan gobernando en Kabul. Después vinieron las guerras “liberadoras” impulsadas por la Casa Blanca buscando armas inexistentes en Irak (2003) o para establecer la democracia en Libia (2011) y en Siria (2014). Fueron eliminados Sadam Hussein y Muamar el Gadafi, pero ni la estabilidad ni la democracia han llegado a esos países y Bashar al-Assad sigue gobernando en Damasco protegido por Moscú, en lo que le queda de territorio. Por el contrario, el Medio Oriente es hoy mucho más inestable y se convirtió en cuna y refugio de organizaciones terroristas que sueñan con implantar el califato islámico. Es decir, la violación de la Carta de Naciones Unidas por quienes llevaron adelante esas medidas no trajo ni democracia ni mayor estabilidad en la región. Por el contrario, tiene países destruidos con cientos de miles de víctimas, miles de millones de dólares que se requieren para reconstruirlos, más de un millón de refugiados y la tragedia continúa.

Lo que diferencia las agresiones está en cómo la opinión pública mundial trata las violaciones a la soberanía de los Estados y el derecho de los pueblos. El caso más emblemático es el de Israel y la ocupación y poblamiento de territorios contrarios al derecho internacional y a las disposiciones de la Carta de Naciones Unidas, que han establecido que las anexiones no tienen validez. De nada sirven las condenas de la comunidad internacional mientras Estados Unidos proteja a Israel en el Consejo de Seguridad. Lo mismo hace Rusia con Siria. No respetar la legalidad internacional es la principal causa del debilitamiento del sistema multirateral y representa una amenaza cada vez mayor a la seguridad mundial. Por ello se requiere una reforma profunda del funcionamiento de Naciones Unidas y en especial del Consejo de Seguridad, que sigue respondiendo a una estructura de la post guerra, de confrontamiento entre dos alianzas militares en circunstancias que una, el Pacto de Varsovia, dejó de existir hace más de dos décadas con el desaparecimiento de la Unión Soviética. Así las cosas, seguiremos gobernados a nivel global por cinco potencias que monopolizan el uso de la fuerza y abusan de la estructura internacional, donde el resto de los países son solo espectadores.