Columna de Francisco Pérez Mackenna: “Posdata: Volver a crecer”
"Cuando recordamos que en la Convención hubo voces que defendieron incluso la tesis extrema del “decrecimiento” y lo contrastamos con el hecho de que nada es más relevante para el desarrollo humano que el crecimiento, queda en evidencia la brecha ideológica que hay que subsanar".
Desde 2013, en la antesala de la campaña presidencial de ese entonces, la tasa de crecimiento de Chile cayó con fuerza y no se ha vuelto a recuperar. Nueve años y medio después, en medio de diversas interpretaciones de un resultado electoral inesperado por lo contundente en el plebiscito constitucional de salida, llama la atención la casi total ausencia de ese ingrediente en el análisis. Algo similar sucedió respecto del “estallido social” de 2019, para el cual se formularon diversas hipótesis y diagnósticos que rara vez consideraron ese problema, elemento no único pero fundamental del descontento que vivimos.
Que dejamos de crecer al ritmo que lo hicimos en los primeros años de la democracia es un dato indesmentible. Entre 1990 y 1998, antes de la Crisis Asiática, Chile creció a un promedio de 6,9%. Sin embargo, en el período de la recuperación internacional y hasta antes de la Crisis Subprime ya habíamos perdido dinamismo, con un promedio de 4,8%, que volvió a acercarse al 6% junto con los renovados bríos de la reconstrucción. Desde entonces y hasta la pandemia, la media fue de un tímido 1,9% anual, casi siempre inferior al promedio mundial.
Cuando recordamos que en la Convención hubo voces que defendieron incluso la tesis extrema del “decrecimiento” y lo contrastamos con el hecho de que nada es más relevante para el desarrollo humano que el crecimiento, queda en evidencia la brecha ideológica que hay que subsanar. Fue lo que hizo Deng Xiaoping con su famosa frase “gato negro o gato blanco, lo importante es que cace ratones”, abandonando la ortodoxia comunista, reformando la economía china y poniéndola en marcha.
Desde esta perspectiva, sin duda como país debemos celebrar que el 4 de septiembre haya triunfado la moderación y tengamos una nueva oportunidad para hacer una Constitución que respete la libertad, la unidad, nuestras tradiciones e instituciones. Debemos construir soluciones para temas que venimos discutiendo hace años, como las pensiones, la salud y la educación. Pero todas ellas tienen un imperativo: recuperar el dinamismo económico. Además, todos los ciudadanos que pagan sus impuestos dependen de las oportunidades que abre el crecimiento para hacerlo, y sin esos ingresos no hay forma de financiar los derechos sociales prometidos.
La alta inflación actual, que se estima en 12% para este año y sería la más alta en 29 años, recuerda con crudeza la importancia de la oferta en economía y trae a la memoria temas postergados en nuestro diálogo social, como la eficiencia, la innovación, el imperio de la ley, la certeza jurídica, la propiedad privada y la calidad de nuestras instituciones, entre muchos otros. La falta de crecimiento ya no es solo un problema de demanda ni de falta de estímulos monetarios como después de la crisis del 2008, sino uno de oferta.
En este sentido, hay temas esenciales que se deben abordar para estimular la economía. En materia tributaria, por ejemplo, es fundamental un sistema que recaude con la mínima distorsión posible, con impuestos con bajas tasas marginales y una base amplia de contribuyentes que sea simple y predecible. Lamentablemente, la propuesta que está sobre la mesa, aunque fue algo morigerada con los anuncios que hizo Hacienda esta semana, parece más inspirada en el programa del precandidato oficialista derrotado en primarias que en una administración que debe abrazar la moderación sea por convicción o por el peso de la realidad.
Esta reforma contiene varias distorsiones y que exigen ser resueltas en el debate legislativo, como el impuesto a las utilidades retenidas en sociedades pasivas o el impuesto al patrimonio. Este último es especialmente distorsionador: al tener una base reducida de contribuyentes y probablemente generar un alza en el costo del capital, puede resultar en un Estado endeudado en un 20% del PIB que termine pagando en intereses incrementales más de lo que recaudaría por ese tributo. Un “loose-loose”, en vez de un “win-win”.
Por otra parte, hay que recordar que el crecimiento sostenido viene de la mano de una mayor productividad, tópico también ausente del debate. La propuesta de la reforma tributaria de destinar dos puntos de la tasa de impuesto a las empresas a “gastos tecnológicos” podría ser, según expertos, una fuente de derroche. En cambio, la indicación anunciada que elimina el exit tax -que se habría transformado en un entry tax para el que está afuera-, es una propuesta adecuada. Lo importante no es dónde ocurre la innovación, sino que seamos capaces de adoptarla y de atraer a los mayores talentos e inversionistas del mundo para que vengan a Chile.
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