Columna de Gabriel Alemparte: Cariola y Hassler tenían razón

Foto: Aton


Este verano la contingencia ha sido frenética. Un verano que ya comienza a palidecer con sol de otoño, dejando atrás una serie de hechos que demuestran el estado del arte del país.

Sin citarlas todas -las polémicas-, pues sería difícil hacerlo, existen al menos dos que demuestran un daño a la institucionalidad grave. La primera de ella, la fallida venta de la casa del ex Presidente Allende al Fisco, donde hace días el Presidente Boric, imputado en la causa, señalaba “una convicción” -que lo pone al borde de la confesión- al señalar “yo, como Presidente le planteé a la senadora Allende […] que la casa debía ser de dominio público”. Incluso, sin el deber jurídico de hacerlo, el Presidente, en una señal inequívoca, firmó el decreto supremo que autorizó la compraventa.

Para un gobierno que vive de la “simbolocracia” el autoproclamado sucesor del mandatario socialista, necesita gestos para convencer a su electorado duro, ese que lo celebra con una plaza -vaya el culto a la personalidad- con funcionarios públicos a los que salió a abrazar en un “baño popular” de supuesto apoyo.

Como bien dicen Karol Cariola y Hassler -en la otra polémica veraniega- en sus chats -más allá del trato al Presidente- hay un par de frases que resumen muy bien en el episodio un síntoma que se lee dentro de toda la coalición oficialista. “este gobierno es lo peor que nos ha pasado” -dixit Cariola-, junto a la frase clave: “estoy decepcionada del proyecto político”, para luego sentenciar al entonces Jefe de Asesores Matías Meza Lopehandía (el mismo de los indultos y de la tesis dedicada a Temucuicui) y la vocera Vallejo: “Despiadados, soberbios, calculadores y deshonestos”.

¿A que debe Cariola un uso florido de adjetivos del castellano? Simple: al amor “performático y sin fondo” del Gobierno que causa nauseas particularmente en ciertos círculos oficialistas. Hassler contesta más adelante sobre Meza y Vallejo: “Sí me llamo la atención como la preocupación por el show, abiertamente diciendo q (sic) en gestión no siempre puedes hacer tantas cosas, así que hay que hacer espectáculo”.

Más allá del apuro del “minuteo” ardoroso y exaltado de la SECOM -que provocó la amenaza y difusión inaceptable de datos personales de dos periodistas de este diario- con su ejército de bots, parlamentarios rasgando vestiduras y medios pagados; lo que hay tras los pronunciamientos de Cariola y Hassler son la mejor demostración -y desde el interior de la máquina- del estado en que este Gobierno conduce al país.

Show, perfomance, selfies, impulsividad del Presidente por responder, enojosas conferencias de prensa donde el propio mandatario se mete en problemas legales por su desconocimiento de atribuciones -y por cierto del derecho-; pero, lo que es más grave, de la dignidad del cargo que “sirve” o “habita” o “intenta habitar” -como lo denominó- al enfrentar el último año de administración.

Escándalo de por medio, el proceso de la casa del ex Presidente Allende se revirtió, todo ello, mientras 17 abogados y varios asesores en La Moneda, que tienen por objeto revisar las operaciones jurídicas se “pelotean” las responsabilidades “de no haber levantado alertas”. Como si ellos no estuviesen ahí, por buenos sueldos, precisamente para levantarlas, más aún, cuando lo que se violó fue la letra de la Constitución y la ley. La gracia, después de mucha presión, le costó la salida a Maya Fernández Allende y (debería) tener en vilo a una senadora (sólo protegida por varios de sus pares, de todos los sectores en el Senado y un Tribunal Constitucional favorable), ambas copropietarias de la casa con prohibición expresa de celebrar contratos con el Fisco.

La dificultad del Frente Amplio, y de la coalición oficialista, radica en esa vergüenza de fondo. Esa oculta confidencia que corre por teléfonos y pasillos del poder, que se hace patente en que siquiera han podido levantar una candidatura presidencial testimonial para defender a un gobierno que, tratan de convencernos, funciona “con excelencia”. Lo que ni ellos mismos creen a la luz de los mensajes de WhatsApp filtrados. Primero buscaron a la ex Presidenta Bachelet -a la que detestaban y denostaban fruto del continuismo concertacionista que tanto mal le había hecho a Chile-, léase “No son treinta pesos, son treinta años”. Luego la peregrinación fue tras Tomás Vodanovic, Gonzalo Winter y ahora Gael Yeomans o Constanza Martínez (quizás Beatriz Sánchez), Ninguno está disponible para asumir el desafío de la continuidad. En el Socialismo Democrático ocurre lo mismo. Carolina Tohá ni se sonroja intentando negar a un gobierno del cual ella fue su principal conductora -tratando de conquistar el centro- ese del cual abjuró y consintió en destruir con los muchachos del FA siendo además la vocera portaestandarte del “apruebo” al desastre constitucional del 2022, del que primero al año del plebiscito se sintió orgullosa y hoy califica de “bochornoso”.

El PS intenta nombres como Claudio Orrego (un ex DC). Salvador Allende o Marmaduque Grove palidecerían frente al nombre, un hijo de un fundador de la Falange. El nervioso Gobernador, que salió, con repudio de los gremios de la prensa y de los fiscales, a acusar con preguntas insidiosas las supuestas filtraciones de las investigaciones del Fiscal Cooper -mismo que levantará muy pronto el secreto de la carpeta investigativa del caso ProCultura- donde la autoridad fue declarado “sujeto de interés”, ha señalado que no al ofrecimiento socialista.

En simple no hay continuidad, sino un constante desfile de nombres que intentan evitar al gobierno (y lo harán cada vez más) para no ser ellos las víctimas ante la caída al vacío. El show ya no da más. Lo performático tiene un límite, y ya no sólo los chilenos se dieron cuenta, sino ellos mismos. Se acaba el tiempo y ya queda poco. Salvar los muebles y apretar los dientes, no va quedando de otra.

Karol Cariola y Hassler, finalmente tenían razón.

Por Gabriel Alemparte, abogado.

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