Columna de Gabriel Alemparte: La banalidad de hacer las cosas mal

La banalidad de hacer las cosas mal.


Reservé esta columna para revisar un tema que me apasiona: La Antártica. Quería hablar del Presidente Boric siendo el primer Jefe de Estado en arribar al Polo Sur, y como ello representaba la posición firme e invariable de presencia de nuestras pretensiones como país -materia de política exterior- desde que el Presidente González Videla- pisara el continente y estableciera la postura de Chile en el mismo. Aunque el viaje fue deslavado en materia de reafirmar la soberana posición chilena sobre la Antártica (mucha declaración sobre la ciencia, cambio climático, la paz y el cuidado al medio ambiente) el solo gesto del Presidente en el Polo Sur y la Base del Glaciar Unión era un gesto inequívoco.

Pero fue imposible concentrarse en ello, una vez más, por la propia torpeza de un Gobierno que ya acostumbró a jugar el partido mal, y lo que es peor, auto goleándose, como una demostración de los errores forzados brutales que comete.

Cien mil funcionarios públicos han aumentado el gasto público entre 2022 y 2024 según cifras de la Dirección de Presupuestos (DIPRES), y la pregunta que cabe a los chilenos, es cual es la razón para errores tan brutales y torpes por parte de un Gobierno que debe ser descubierto para reversar sus pésimas decisiones.

En un Estado de Derecho el cumplimiento de las normas constituye la base para el ejercicio pleno de la democracia. Más aún, el cumplimiento de éstas por parte de las autoridades a la hora de ejercer sus atribuciones y facultades. Guárdense las proporciones y el contexto del título que asemeja a la conocida frase de Hannah Arendt, pero la torpeza de hacer mal las cosas por incapacidad, lenidad y frivolidad -algo a lo que este gobierno nos acostumbró- es una manera de no pensar o de pensar (ya simplemente con maldad), algo que creo no le alcanza a este Gobierno, a quien en su negligencia extrema, lleva grabada la máxima notable que nos enseñó Andrés Bello acerca que la “negligencia grave se asimila al dolo”. Y es que pareciera que en este Gobierno hay una intención positiva de dañarse por ineptitud, por falta de experiencia (dicen algunos sin sonrojarse después de tres años), de querer cultivar esa siutiquería que desde los comunicadores de La Moneda han denominado “la curva de aprendizaje”.

Nunca en un Gobierno, desde el retorno a la democracia habíamos visto tanto desconocimiento, error no forzado, incapacidad en el ejercicio de las funciones y una mayor cantidad de operadores con algún título, que de asesores poco y de flojera mucho a la hora de la administrar el Estado.

La compra de la casa del ex Presidente Allende, con un decreto tomado de razón (vaya el llamado de atención para la Contraloría General también) y firmado por el Presidente y una ministra que de administración de bienes públicos y de derecho poco, es una vergüenza, la celebración del contrato posterior, un acto de temeridad, que da cuenta de equipos que no conocen siquiera la Constitución.

Esa misma Constitución que querían cambiar, pero de la cual demuestran no habían leído la contraportada, esa misma que nos hablaba del “justo precio”, esos mismos que hoy entre gallos y media noche se trataron de llevar a “precio justo” $900 millones de pesos. ¿Proteger el patrimonio de los Presidentes?, por cierto, pero de cara al país, con proyectos museológicos claros, ahí está la Casa Museo del ex Presidente Frei Montalva, una preciosa iniciativa en que la familia puso a disposición del país y sin ser comprada por el Estado. El Gobierno ha llegado a tal nivel de torpeza, que buscando resguardar la memoria del ex Presidente Allende terminó salpicándolo. Incluso vayamos más allá, por resguardar esa memoria, hoy su sobrina -la ministra de Defensa- transgredió la Constitución, y su tía, una experimentada senadora y diputada que lleva más de treinta años en el Parlamento quedan ad portas de poder ser acusadas constitucionalmente la una, o de ser cesada en el cargo, la otra, si el Tribunal Constitucional (TC) no la salva con su mayoría momentánea.

Esa es la gravedad del trabajo mal hecho, de la banalidad de hacer las cosas mal: ¿Nadie advirtió de la prohibición expresa de la Constitución?, por experiencia, en el mundo público, un decreto supremo para llegar a la firma del Presidente de la República no pasa por menos que la revisión jurídica y política de varios abogados. Desde el ministerio emisor del decreto (Bienes Nacionales), en la Secretaria General de la Presidencia y en el Gabinete Presidencial. ¿Nadie advirtió la brutalidad de la equivocación? ¿Qué tipo de asesores y de capital humano y profesional tiene el Frente Amplio para cometer estos errores? ¿Para qué esa cantidad de contratación? ¿para esto? Estas son las dudas que nos abren a los chilenos. Cabe la pregunta legítima si incluso el Presidente, las ministras y la senadora han leído la Constitución para conocer sus atribuciones y limitaciones. Así de grueso el error. Preguntado directamente por una diputada, el sempiterno y protegido niño símbolo de la banalidad de hacer las cosas mal, Miguel Crispi, en el Congreso, sobre cuantos abogados trabajaban en el Gabinete Presidencial para advertir errores o horrores como el caso Monsalve, respondió “varios”. Ni él sabe.

No quiero seguir. La banalidad de hacer las cosas mal nos ha llevado en las últimas semanas a que “la mejor directora de la DIPRES del mundo” (Marcel dixit) haya calculado mal los ingresos, pese a las advertencias previas del Consejo Fiscal Autónomo, más déficit, todos los expertos lo dijeron, ingresos sobre estimados en el impuesto al retorno de capitales y en cálculo del impuesto al lujo. ¿Más banalidad del mal? El Presidente recurrió al TC requiriendo declarar inconstitucional ciertas normas de la Ley de Presupuestos 2025. Una abogada del Ministerio Secretaria de la Presidencia, apercibida para presentar documentos los presenta fuera de plazo. Hubo que recurrir a un ex ministro del TC de emergencia para salvar la brutalidad elemental, a lo amigo, a última hora. La Visa Weiver devolviendo a chilenos, pues el pasaporte no es compatible tecnológicamente. Ahí está Dominga, y los ministros, sentencia judicial mediante, no saben que hacer cuando la ley es clara. Para que voy a referir los chillidos y berrinches presidenciales desproporcionados de ayer, que de posibilidades de acuerdo nada, para hacer lo que adelanté aquí mismo hace semanas, patear el tablero, acabar con la reforma previsional y echarle la culpa a los malos, a las oposiciones, a los fácticos, a los mismos de siempre.

A estas alturas, la banalidad de hacer las cosas mal no tiene respuestas a nuestras preguntas, las oposiciones no fiscalizan, transan, miran para el lado cuando la Constitución y la ley, que todos juraron respetar es violada -incluyo la queja a mi sector, pero me excusarán, no soy parlamentario-. ¿Queda sólo esperar? Mi impresión es que no. O la actividad política se toma en serio, se Gobierna sin pereza y estulticia o el socavar las instituciones será pan de cada día, esto vale para el Gobierno, el Congreso (más preocupado de su verano colegial) y la Contraloría. Mientras todos felices sonríen en sus millonarios puestos.

Por Gabriel Alemparte, abogado.

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