Columna de Gabriel Osorio y Cristóbal Osorio: La rana en la olla, un cuento distópico y policial
“He visto mucho malo, muy malo y mucho bueno, muy bueno; pero, lo digo francamente, eso no lo había visto nunca”. Enrique Mac Iver, Discurso sobre la crisis moral de la República, 1900.
Una de las cosas que sorprendía de Chile era que sus carabineros no aceptaban coimas ante infracciones de tránsito, y que, en contrapartida, los automovilistas respetaban a rajatabla las normas, así eso implicase detenerse por minutos ante una luz roja a las 5 de la mañana de un domingo.
Si eso pasaba en las calles, era de suponer que la probidad era una norma cultural y se traspasaba a todo ámbito. Cada cierto tiempo explotaba un caso de corrupción, pero el hecho de conocerse y condenarse era dado por señal saludable. Chile era una excepción en el concierto latinoamericano.
¿Era así Chile?
Tal vez solo éramos buenos para mostrar virtudes públicas y esconder vicios privados. O tal vez algo cambió. Como sea, ya Chile no es más ese edén.
El reciente caso que afecta al defenestrado director de la PDI pareciera ser la última gota que rebalsó el vaso para que nos diéramos cuenta de que tenemos una crisis de corrupción mayor.
Con el involucramiento del director de la PDI en el Caso Audios, y con el general director de Carabineros ad portas de ser formalizado, Chile tiene a sus máximos jefes policiales fuera de juego, en medio de una inédita crisis de seguridad.
Pero las señales estaban ahí y eran abundantes, solo que no las queríamos ver. En las últimas décadas, casi todos los jefes de la PDI y Carabineros salieron de sus cargos en medio de juicios o fuertemente objetados. Y la corrupción no solo afecta a las policías. Ya estamos acostumbrados a seguir noticias de alcaldes, funcionarios y políticos reñidos con la probidad. La lista es vergonzosamente larga.
Cuando estallaron los casos Penta, Caval y SQM, entre 2014 y 2015, el país tuvo la oportunidad de ponerse colorado y enmendar, pero la evidencia indica que pasó todo lo contrario. Volvieron la escoba y la alfombra como armas políticas, y después de una vuelta larga, con estallido social de por medio y dos procesos constitucionales fallidos, nos encontramos en donde mismo.
Si fallamos ahora, la situación será distópica. Empezaremos a ver emerger ideas que ahora solo salen de ficciones demasiado pesimistas, pero que pueden llegar a ser escenarios escabrosamente reales, como la intervención militar de las policías, la solicitud de apoyo de fuerzas extranjeras (como en el caso colombiano, en el cual se instauró la extradición a Estados Unidos como la única medida punitiva eficaz) o el surgimiento de liderazgos autoritarios disruptivos, sean de derecha, como Bukele o Milei, o de izquierda, como Chávez o Correa.
Por eso la metáfora de la última gota del vaso no sirve. Vale más la imagen de la rana en una olla con agua fría a la que se pone a hervir lentamente. La rana no salta por su vida, sino que muere mansamente por un calor del que no se dio cuenta a tiempo.
Tal vez esta sea la última oportunidad para saltar.
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