Columna de Gabriel Zaliasnik: Día Internacional de Recuerdo del Holocausto



En el verano europeo de 1941, el historiador judío Simón Dubnow -a la sazón de 81 años de edad- fue llevado al gueto de Riga, donde en diciembre de ese mismo año fue ejecutado en la calle por las temidas SS del régimen nazi de Adolf Hitler. Durante su permanencia en el gueto insistía con fervor a quien lo quería escuchar: “asegúrense que todo quede escrito y registrado”. Cuentan testimonios de su ejecución que precisamente sus últimas agónicas palabras fueron exactamente “¡escriban y recuerden!”.

Pero recordar no ha sido fácil. ¿Quién hubiera pensado que la propia comunidad internacional agrupada en las Naciones Unidades tardaría 60 años para establecer un día internacional de conmemoración del Holocausto (los 27 de enero de cada año)? ¿Quién hubiera pensado que en países como Irán las propias autoridades hasta hoy negarían la existencia del Holocausto, patrocinando conferencias internacionales para demostrar una suerte de conspiración judía, afirmando que el exterminio a escala industrial llevado adelante, solo es un mito, una especie de creación de Hollywood?

Por lo mismo, debemos redoblar nuestro siempre limitado esfuerzo de recordar. Recordar que no existen paralelos para el Holocausto. Recordar que el horror vivido no puede ser abarcado completamente por la imaginación, ni puede ser completamente descrito. Su magnitud es en alguna medida inaprehensible. Como acertadamente señaló el entonces primer ministro sueco Göran Persson, gestor de la iniciativa internacional Task Force for the Holocaust, grupo de más de 35 países al que aspiramos que Chile se sume para implementar la enseñanza del Holocausto, la unicidad del Holocausto radica en que se trata del genocidio en su forma extrema.

Por ello, estremece recordar a los seis millones de mártires judíos -incluidos un millón y medio de niños- exterminados en el Holocausto. Y también a los millones de no judíos -polacos, rusos, rumanos y de otras nacionalidades-, a los discapacitados, opositores políticos del régimen nazi, homosexuales y gitanos asesinados. Estremece leer cada letra del macabro alfabeto que los nazis crearon para implementar la llamada “Solución Final” a la “cuestión judía”. La A de Auschwitz; la B de Buchenwald; la C de los campos de concentración; la D de Dachau; la E de Eichmann; y así, hasta llegar a la Z del mortífero gas Zyklon-B utilizado.

La tradición judía enseña a recordar (zachor) y no olvidar (lo tishkach), enseñanza que en esta fecha el mundo hace suya, entendiendo que el Holocausto se gestó y puso en práctica nutriéndose de la apatía e indiferencia colectiva frente al antisemitismo radical implementado como política de Estado. En palabras de Stefan Zweig: “todos prefirieron la oscuridad del olvido, porque decidieron no seguir soportando por más tiempo la verdad”. Solo la luz del recuerdo permitirá evitar la sedimentación cultural del odio que hizo posible el Holocausto.

Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho U. de Chile