Columna de Gabriel Zaliasnik: El año que vivimos en peligro
Hace un año, en un día como hoy, Chile despertaba de una larga jornada electoral, en la cual estuvo al borde del precipicio político. Era un nuevo amanecer, donde la voluntad de la ciudadanía derrotaba a la voluntad del gobierno y la extrema izquierda secundada por el denominado socialismo democrático, rechazando el proyecto refundacional de nueva Constitución.
Así, el 4 de septiembre quedó grabado en el calendario de la historia de nuestro país. Del mismo modo que el 5 de octubre se recuerda otro plebiscito, aquel en que Chile recuperó la democracia con el triunfo del No en 1988, ahora cada 4 de septiembre deberemos recordar cómo los chilenos premunidos solo de su voto, defendieron y preservaron la democracia frente a los vientos totalitarios del fallido proceso constituyente. El alivio al ver el guarismo electoral, ese mágico número del rechazo: 62%, que permitía superar el año que vivimos en peligro, se convirtió en un momento inolvidable.
Como postula el historiador Philipp Blom, “la democracia no es un estado natural, una necesidad histórica; antes al contrario, es en gran medida, antinatural y casual. Para conservarla hay que esforzarse mucho”. Y de ello vaya si sabemos los chilenos, no obstante lo cual estuvimos a punto de sacrificarla. Primero, con el violento intento insurreccional de octubre de 2019 y luego, con el circense proceso para adoptar una Constitución que desmontaba el sistema político, ponía término al Senado y acababa con un Poder Judicial independiente.
Con todo, se comete un error si se piensa que alejados personajes como Stingo, Bassa o Baradit, o el influjo plurinacional de Elisa Loncon, culminó el proceso revolucionario para reconfigurar el diseño político y económico de nuestro desarrollo. El repliegue táctico no se limita a simbólicos convencionales -otros en forma silenciosa han retomado posiciones al interior del gobierno- sino también al propio gobierno que persiste en su ideario. El Frente Amplio y el PC están muy lejos de resignarse a su derrota política y moral. Ejemplo de ello es el intento performático por impulsar un inútil ejercicio de memoria, en el contexto de los 50 años del Golpe de Estado, sin reflexión, solo imponiendo una visión y revisión histórica.
La auténtica reflexión no consiste en imponer una verdad oficial, sino que supone transitar desde un pasado común, empatizando con el dolor de miles de chilenos que vieron sus derechos fundamentales vulnerados a un futuro compartido. Quienes demandan el reconocimiento de su dolor y quienes lo comprenden y recuerdan, no se separan, sino que se aceptan recíprocamente. Es esta memoria cultural y no meramente comunicativa, la que hunde sus raíces para evitar la reaparición de horrores y recordarnos el valor profundo de la democracia, y su enorme precariedad. Fue precisamente esa memoria la que contribuyó al categórico triunfo del 4 de septiembre de 2022 que hoy recordamos.
Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho U. de Chile
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