Columna de Gabriel Zaliasnik: El color del horror

El 7 de octubre de 2023 (...), Shiri Bibas, una joven madre israelí, sosteniendo con fuerza a sus dos pequeños hijos pelirrojos mientras eran secuestrados de su casa.
En 1905, el pintor austriaco Gustav Klimt creó la obra Las Tres Edades de la Mujer. En ella, retrata a una madre de cabello rojizo que abraza a su hijo, con una ternura absoluta, como si en ese gesto intentara resguardarlo del mundo. Esta semana, muchos recordaron esta pintura que evoca un instinto universal de protección, calidez, y vida y las relacionaron con el cruel secuestro de la familia israelí Bibas, a manos del grupo terrorista islámico palestino Hamas.
En efecto, ese abrazo inéditamente parecido, tomó un significado trágico e insoportable. Como se recordará, el 7 de octubre de 2023, el mundo presenció la mayor masacre contra el pueblo judío desde el Holocausto. Las imágenes grabadas y difundidas por los propios terroristas, incluían entre múltiples escenas, una particularmente desgarradora: Shiri Bibas, una joven madre israelí, sosteniendo con fuerza a sus dos pequeños hijos pelirrojos, Ariel y Kfir, mientras eran secuestrados de su casa. Esa imagen no era arte, sino el horror en su forma más pura. No era una escena de amor y protección como la de Klimt, sino de terror y desesperación.
El rostro de Kfir, un bebé de tan solo 9 meses, se convirtió en un símbolo no porque la barbarie perpetrada por Hamas requiriera más símbolos, sino porque representaba una línea que nunca debió cruzarse. Su secuestro y la posterior confirmación de su asesinato junto a esa madre aterrada y su pequeño hermano, no fueron solo crímenes contra una familia inocente, sino un ataque a los cimientos mismos de nuestra humanidad que parece tambalear ante la conducta de quienes en Occidente apoyan de manera inconcebible al yihadismo islámico.
Así, mientras las noticias del destino de la familia Bibas estremecía a quienes aún conservan la capacidad de horrorizarse, en las calles del mundo muchos aplaudían a sus verdugos. Políticos de extrema izquierda, intelectuales y activistas han asistido con entusiasmo durante casi un año y medio a manifestaciones donde se justifica a quienes arrancaron a Kfir y Ariel de los brazos de su madre. Otros, con silente indiferencia presenciaron el repugnante acto festivo de propaganda en que sus cadáveres brutalmente asesinados eran entregados como parte de un canje por terroristas palestinos. Con ello se cruzó la línea moral con una frialdad espeluznante. Cuando se celebra el secuestro de un bebé y su posterior asesinato, ya no caben matices ni justificaciones.
En la imagen de Shiri Bibas y sus hijos pelirrojos, la maternidad dejó de ser un refugio, y se transformó en objetivo del odio genocida de Hamas, condensando la esencia misma de la actual tragedia. Ello obliga a preguntarse de qué lado de la humanidad estamos. Mientras el arte muestra lo que debiéramos aspirar a ser, la brutal realidad del terrorismo fundamentalista nos enfrenta a lo que no debiéramos ser capaces de tolerar, el nítido color del horror.
Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho, Universidad de Chile
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