Columna de Gabriel Zaliasnik: El espejo roto de la política chilena

La política pasó de ser la disputa por un modelo de país, a una simple batalla por el poder sin más horizonte que la próxima elección.
Decía Javier Marías que hoy “basta con que a uno lo acusen de algo para que sea culpable sin atenuantes ni derecho a defensa”. Es el signo de una época en la que la sociedad se ha convertido en su propio tirano, aplicando juicios sumarios con una dureza implacable hacia los demás, pero una indulgencia infinita hacia los propios.
Si el escritor español aún viviera y observara la política chilena, encontraría un caso de estudio perfecto: aquí nadie busca construir un proyecto de país a mediano plazo, porque todos están demasiado ocupados ajusticiando al adversario con la vara que nunca se aplicarían a sí mismos.
Nuestra política, como quedó en palmaria evidencia con la elección de la presidencia del Senado, es el reflejo de ello, una sociedad fracturada, carente de liderazgos y donde el diálogo se ha vuelto imposible. No hay un mínimo acuerdo hacia dónde debe ir el país. Estamos en manos de una especie de burguesía fiscal, que solo atiende al cortoplacismo y la trinchera. Gobierno y oposición se anulan mutuamente. No hay ideas, solo estrategias. No hay convicciones, solo conveniencia. La política se convirtió en una burda disputa que se apalanca permanentemente en palabras y discursos vacíos. Buen ejemplo de ello fue la burlesca afirmación del Presidente Boric en una entrevista con “La Prensa Austral”, en cuanto a que el suyo habría sido un gobierno “transformador”. ¿Realmente nuestras autoridades se pueden mirar tranquilas al espejo y creer aquello? El desenfado no tiene límite.
Michael Sandel advertía en El descontento democrático que la crisis de la política no es solo un problema de élites, sino el resultado de una desconexión profunda entre representantes y ciudadanos. “Cuando las instituciones dejan de encarnar una noción compartida del bien común, la política degenera en un escenario de sospechas y resentimientos mutuos”. No podría haber mejor diagnóstico para Chile. La desconfianza ha hecho metástasis comprometiendo el adecuado funcionamiento institucional y el respeto por las normas. Nadie cree en el otro y la única estrategia posible es el bloqueo. Se exigen renuncias al adversario mientras se blinda a los propios. Se condena con vehemencia lo que, en la vereda contraria, se justifica siempre con un silencio oportuno.
Por cierto, nuestros problemas cívicos no comenzaron con la llegada de Boric a la Presidencia, ni terminarán cuando éste traspase la banda presidencial. Su elección de la mano del fracasado proyecto refundacional anclado en una propuesta delirante de nueva Constitución, solo han sido síntomas del deterioro de la situación de la democracia en Chile. El vacío de propósito se pagará caro. Sin una visión de futuro, el país seguirá estancado, atrapado en una parálisis autodestructiva. La política pasó de ser la disputa por un modelo de país, a una simple batalla por el poder sin más horizonte que la próxima elección.
Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Fac. de Derecho, Universidad de Chile
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