Columna de Gabriel Zaliasnik: El minotauro constitucional

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Cuentan que en la isla de Creta, el rey Minos ordenó al arquitecto Dédalo construir un laberinto donde encerrar a una temible criatura: el mítico minotauro, con cuerpo de gigante y cabeza de toro, fruto del romance entre Pasífae y un hermoso toro blanco enviado por Poseidón. Este fenómeno, mitad hombre, mitad bestia, solo se alimentaba de carne humana. Todo aquel que entraba en el laberinto no volvía a salir.

Como quiera que se mire, hoy estamos atrapados en un laberinto constitucional en cuyo interior parece existir una criatura fruto del romance entre la violencia octubrista, la desorientación política y el narcisismo de parte de la academia. A estas alturas, es evidente, por un lado, que el “problema constitucional” estaba completamente alejado de las prioridades de la ciudadanía cuando se le utilizó para escapar del pantano de la asonada delictual de 2019. Por otra parte, es igualmente manifiesto que la excusa constitucional no era más que una excusa refundacional para los sectores más extremistas de nuestra sociedad que querían deconstruir el país. También resulta notorio que la fatiga general resultante del fracasado -en buena hora- y delirante proceso constituyente anterior, redunda en el poco entusiasmo que el nuevo proceso despierta entre los chilenos.

El próximo domingo, millones iremos a votar, pero muchos lo harán sin aquilatar realmente lo que está en juego. En el fondo, el laberinto es sinuoso y, entre todos los escenarios posibles, el triunfo de una mayoría sensata y moderada que permita capitalizar el 62% del Rechazo, y que a su vez se exprese en un texto constitucional razonable que en diciembre sea ratificado por una amplia mayoría, permitiría cerrar este innecesario dilema autoimpuesto al entrar al laberinto. Todo escenario que no cierre el conflicto -en buena medida artificial-, prolongará la inestabilidad e incertidumbre en Chile.

Lo anterior no pasa por el triunfo político de uno u otro partido, sino que pasa por la capacidad que tengan todos los partidos, incluso aquellos a los cuales algunos caricaturizan como “extremos”, por entender la importancia de salir del laberinto. Nuestra democracia exige ese esfuerzo para no replicar el ultrismo de la pasada convención, y poder cerrar un tema cuya herida abierta implicaría futuras dolorosas consecuencias.

El mito del minotauro simboliza la idea de que el hombre puede ser una criatura peligrosa e incontrolable si se le da demasiado poder. El minotauro constitucional representa la fuerza bruta e instintiva que no puede ser controlada por la razón. A su vez, representa la complejidad y dificultad política de encontrar el camino correcto. Ojalá pronto podamos decir, como en el premonitorio poema “El laberinto sin muros” de Roque Esteban Scarpa: “Aquí estuvo el laberinto. / Es un vacío poblado de una tierra real enceguecida”.

Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho U. de Chile

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