Columna de Gabriel Zaliasnik: Los veraneantes

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El descanso estival proporciona una oportunidad para leer libros pendientes, y releer otros a veces olvidados. Este año en mi caso retome la lectura de Stefan Zweig, disfrute la vida de Freud a través de las certeras palabras de Élisabeth Roudinesco, y he vuelto sobre el escritor ruso Antón Chéjov, quien destacó por su colección de cuentos; relatos breves que, en palabras de Irène Némirovsky, son “una puerta que se entreabre, un instante en una casa desconocida, una puerta que vuelve a cerrarse enseguida”.

Uno de esos cuentos (“Los veraneantes”) describe a una pareja recién casada que ve descender inesperadamente de un tren a siete miembros de su familia para acompañarlos en esas primeras vacaciones de verano. Ello genera desavenencias y recriminaciones mutuas. La incomodidad es evidente.

Algo parecido podríamos decir del momento político actual. Tras el rechazo a la propuesta de nueva Constitución vino un receso interrumpido por el acuerdo que relanzó el proceso. Aparecieron nuevos expertos y diversas candidaturas a futuros constituyentes. Se reconfiguraron las familias políticas y emergieron diferencias. La forma en que decantaron las listas resulta para cualquier observador imparcial frustrante. La desconexión con la ciudadanía fatigada afectará su legitimidad, al punto que la futura Constitución probablemente sea un mero texto de transición de corta vida.

Es claro, el matrimonio político vio en este reciclado proceso la oportunidad de renovar sus votos. Sin embargo, este actúa como el omeprazol, ese antiácido genérico que alivia los síntomas, pero no soluciona el problema sustantivo. El gobierno y sus fuerzas lo utilizan para avanzar ideológicamente, pese a no contar con mayoría. Deliberadamente optan por no hacer nada y permitir el deterioro del país, esperando poder a partir de marzo encubrir sus fracasos. Será la perfecta cortina de humo, como lo han sido los incendios este verano. Por su parte, la oposición, al apostar por el nuevo proceso constituyente, abdica de su rol y disimula su debilidad. La ausencia de propuestas concretas, de proyectos de ley y de iniciativas que disputen políticamente el relato ideológico de la extrema izquierda, resulta así preocupante.

Es hora de terminar con esta fiesta de disfraces. Es tiempo de aprobar leyes bien hechas, o dejar en evidencia sus carencias rechazándolas, de manera que Chile sea testigo de cómo el gobierno, lejos de moderar su programa, solo espera agazapado una mejor oportunidad para imponerlo. El propósito refundacional sigue latente.

En palabras de Zweig, “la historia, por más disparatada que parezca, siempre es al final implacablemente justa, separa lo artificial de lo verdadero”. Como aquella sorprendida pareja de Chéjov, tras las recriminaciones, cada chileno sabrá juzgar si la política estuvo a la altura que el desafío imponía.

Por Gabriel Zaliasnik, profesor de Derecho Penal, Facultad de Derecho, U. de Chile

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