Columna de Gloria de la Fuente: Cambio de tono ¿y de fondo?
De muchas maneras ya es más o menos evidente un cambio de tono en el gobierno. Al nombramiento de un nuevo gabinete que ha equiparado a las dos coaliciones que forman parte del gobierno siguió un anuncio realista sobre el presupuesto fiscal (con énfasis en seguridad, inversión y pensiones) y recientemente, empujado también por el propio devenir de la coyuntura, un endurecimiento inusitado del discurso presidencial y gubernamental sobre la seguridad pública y la inmigración ilegal. Esto no es menor, porque la instalación de esta agenda constituye un ejercicio de realidad respecto a las prioridades en la ciudadanía en un momento político, además, donde el clima se ha ido crispando. La cuestión relevante en este punto es cuanto este cambio de tono se traducirá, primero, en políticas públicas coherentes con este devenir y luego, con una fuerza política en el Congreso que sea capaz de alinearse tras un objetivo que no sólo significa ir avanzando en la propuesta programática del gobierno, sino que también en la posibilidad de generar gobernabilidad en un momento donde las mayorías son esquivas.
Esta cuestión es importante y plantea una interrogante hacia el futuro, tal como mostró esta semana la discusión por el TPP11. Ante la aprobación en el Senado de dicho acuerdo multilateral, el gobierno optó por señalar que no habría promulgación de tal tratado en la medida que no hubiese claridad respecto a las respuestas pendientes de las side letters, en un intento (más allá de las razones técnicas relevantes para generar dichas conversaciones con otros países) por dar una señal a los cuestionamientos de algunos partidos y personeros de su propio sector que han sido críticos a este acuerdo. Más allá de las bondades o perjuicios de este tratado, ello es una muestra que, para mirar el futuro, es a veces necesario trazar una línea sobre las convicciones a la hora de gobernar, que es lo más parecido al dilema permanente entre la ética de la convicción y de la responsabilidad.
En su texto El buen gobierno, Pierre Rosanvallon nos recuerda que el mundo de hoy exige considerar la necesidad de tener siempre un horizonte de expectativa, una idea de futuro, en la difícil misión de tener que gobernar. Esto, de acuerdo al autor, puede hacerse de dos maneras: en la lógica mesiánica o revolucionaria de trazar un futuro al que todos son convocados (que él identifica como una visión teológica de la izquierda) o como la capacidad de hacer conscientemente la historia. Esta segunda manera supone hacerse cargo de pensar la democracia a partir de los problemas para su realización y como una redefinición de la relación entre gobernantes y gobernados que haga posible el camino y genere la lucidez de entender la complejidad de las condiciones para lograr una sociedad de iguales (sic).
Ir trazando ese horizonte requiere un esfuerzo que no implica renunciar a las convicciones, sino que asumir que el arte de gobernar requiere, a veces, ser capaces de mirar el camino andado, buscar nuevas rutas y considerar que las condiciones de contexto requieren de vez en cuando reordenar las prioridades. A la luz de lo visto hasta ahora, el ejecutivo ha llegado a esa conclusión, al menos en lo discursivo. Tarea importante hacia adelante será entonces que las propias coaliciones que lo acompañan den muestra que ese horizonte de expectativa común es también parte de una idea de futuro compartida.
Por Gloria de la Fuente, cientista política, Escuela de Gobierno UC.