Columna de Gonzalo Blumel: Apuntes de verano
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Durante febrero, la política suele caer en un letargo saludable. El receso parlamentario, junto al descanso de las principales autoridades de gobierno, permite tomar distancia de la ripiosa contingencia que, el resto del año, nos agobia con conflictos que no acaban nunca y tensiones que siempre están latentes.
Esta pausa es más que bienvenida. Es un alivio que, al menos una vez al año, la política se vuelva más fome y nos libere de esa sensación de espectáculo continuo, donde se compite por la cuña más estridente o el post con más likes. Nos ayuda a apreciar con cierta perspectiva el rumbo de las cosas, tarea que se facilita si se apagan las redes sociales, se reduce el uso del celular y se tiene la posibilidad de viajar por Chile, alejándose de las grandes ciudades, gozando de los mágicos paisajes de nuestra tierra y dándose tiempo -de verdad- para conversar con la gente.
Lo primero que impresiona es el progreso de la infraestructura. La forma en que han mejorado los aeropuertos (aunque queden algunos pendientes, como La Serena o Valdivia), el alto estándar de las nuevas carreteras (la nueva vía de Puerto Natales a Torres del Paine es notable) o el desarrollo de infraestructura clave para la sustentabilidad (un buen ejemplo es la nueva desaladora de Codelco en Tocopilla) son la prueba fehaciente de que no hemos hecho todo tan mal.
Es cosa de hacer un poco de memoria y recordar cómo era viajar por Chile a inicios de los 90, cuando la doble vía llegaba hasta San Fernando y los aeropuertos regionales eran poco más que galpones. O bien, basta con cruzar nuestras fronteras y constatar la realidad de nuestros vecinos. Las diferencias son abismales.
Chile ha progresado una enormidad en las últimas décadas y la infraestructura es el rostro de ese avance. Por lo mismo, que algunos quisieran quemarlo todo hace no mucho, en sentido literal o figurativo, parece hoy tan delirante. Más si pensamos que el grueso de la infraestructura es impulsada por el Estado, ya sea en forma directa o a través de la colaboración con privados, y que esta contribuye en forma decisiva a la igualdad de oportunidades.
Lo segundo que se constata al recorrer nuestro país es que Chile es un país de emprendedores. No hay rincón al que uno vaya donde no haya un pequeño negocio, una tienda de artesanías o una pyme turística. Y no solo somos emprendedores. También queremos hacerlo bien, mejorar e innovar.
Hoy es posible viajar por Chile sin dinero en efectivo, porque en todos los comercios se puede pagar con tarjetas bancarias o transferencia. La calidad de nuestros restoranes y la oferta gastronómica que ofrecen no tienen nada que envidiarles a las mejores culturas culinarias. Y si en 2024 pudimos recibir más de cinco millones de visitantes extranjeros, cinco veces más que en 1990, es porque buena parte de los servicios turísticos hoy son bilingües.
Eso no sale de la nada ni ocurre porque sí. Pasa porque cada mañana hay individuos que se levantan, se esfuerzan, arriesgan y crean, dispuestos a aprovechar las oportunidades que se les presentan.
Lo último es quizás una obviedad, pero no por eso hay que olvidarlo. Chile es un país hermoso, lleno de tesoros naturales y maravillosos contrastes. Desde el desierto más inhóspito del mundo hasta los glaciares más australes, nos encontramos con bosques milenarios, volcanes imponentes y costas salvajes. No hay región que no tenga una postal (o selfie) que merezca la pena.
Y los chilenos lo saben y lo valoran. Por algo los estudios sobre bienestar subjetivo muestran que nuestros compatriotas asocian la felicidad a una idea: viajar en familia. Es decir, recorrer el territorio junto a sus seres queridos. Para conocer esta copia feliz del Edén, que aún promete un futuro esplendor. Ese mismo que, de tanto en tanto, queremos echar abajo, pero que sigue ahí, esperando por nosotros.
Por Gonzalo Blumel, Horizontal.
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