Columna de Gonzalo Blumel: Levantar el vuelo
“¿Incurriré en un error si digo que contemplo detenido nuestro progreso, perturbados los espíritus, abatidos los caracteres y extraviados los rumbos sociales y políticos del país? La holgura antigua se ha trocado en estrechez, la energía en laxitud, la confianza en temor, las expectativas en decepciones. El presente no es satisfactorio y el porvenir aparece entre sombras que producen intranquilidad. ¿Qué somos el día de hoy? Me parece que la mejor respuesta es el silencio”.
Estas reflexiones, pronunciadas por Enrique Mac Iver hace 124 años en su famoso Discurso sobre la crisis moral de la República, aparecen hoy más contingentes que nunca. Es cosa de mirar el ánimo predominante. Los temas que recogen los noticieros y matinales. Las tendencias de las redes sociales. Los resultados de los estudios de opinión pública. Las señales son nítidas, pero sobre todo persistentes.
De hecho, hay tres ideas instaladas en el debate público que vienen de larga data y que se acentuaron fuertemente tras el estallido social. La primera, la pérdida de la esperanza en nuestro país. La sensación de que Chile se “jodió” o se “chingó”, como lo plantearon Klaus Schmidt-Hebbel y Sebastián Edwards. Aquello se evidencia en la última encuesta Bicentenario UC: la creencia de que Chile puede ser un país desarrollado cayó de 71% a 43% en los últimos 15 años. La encuesta CEP de noviembre es aún más elocuente: la percepción de que estamos estancados o en decadencia pasó de 41% a 87% en el mismo periodo.
Lo segundo es el fuerte deterioro de las perspectivas de movilidad social. La actual generación es la primera en 40 años que siente que sus posibilidades de progresar son peores que las de sus padres. Algo así como el fin de la ilusión. En efecto, desde 2009 a la fecha, quienes creen que en Chile hay altas probabilidades de que una persona de clase media pueda alcanzar una buena situación económica pasaron del 49% a un 29%. Lo mismo con el sueño de la casa propia: quienes lo ven como algo muy posible para cualquier trabajador cayeron del 55% a un 13%.
Lo tercero es que los chilenos hoy tienen miedo. Tanto el Índice Paz Ciudadana como la Enusc muestran niveles récord de temor frente la delincuencia, la que se ha vuelto mucho más violenta. Es más, siete de cada 10 encuestados creen que hay que darle mucha importancia a esto, porque amenaza con destruir el orden institucional.
Todos estos elementos -la desesperanza, la desilusión y el temor- según Mac Iver son síntomas de una enfermedad epocal, la falta de moralidad pública, la que otra vez vuelve a aquejarnos. No es la raza, ni las instituciones, ni el territorio, ni siquiera las condiciones económicas. El problema es de otro orden. Es la polarización política, el partisanismo exacerbado, el poco apego a la Constitución y la ley de funcionarios y magistrados, el predominio del interés particular por sobre el general, en suma, el debilitamiento de nuestras virtudes públicas.
La receta para salir del pantano no es clara, aunque releer el discurso permite encontrar algunas claves. La primera, señala su autor, es apuntar el mal, porque de esa manera “se hace un llamamiento para estudiarlo y conocerlo, y el comienzo de él es un comienzo de enmienda”.
Pero quizás la recomendación más relevante es volver a hacer de la educación un proyecto país, un sueño compartido. Porque, al fin y al cabo, si hay algún lugar donde podemos cultivar las virtudes públicas es en la sala de clases, la que lleva largo rato abandonada. Aquello obviamente no va a ocurrir con la actual administración. La generación que nos gobierna fue la que desfondó la educación, con sus eslóganes vacíos y reformas mal concebidas. Pero quien venga deberá hacer de este desafío su principal tarea. No hay otro camino para desatar el poderoso vuelo de la República.
Por Gonzalo Blumel, Horizontal
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