Columna de Gonzalo Blumel: Pacto de desarrollo (y de) gobernabilidad
Las últimas elecciones fueron una bocanada de aire fresco para el sistema político. El resonante triunfo de figuras de talante más bien moderado, en alcaldías tan disímiles como Antofagasta, Providencia, Independencia, Maipú o Punta Arenas, y el fuerte retroceso de la izquierda más dura (el PC y el Frente Amplio redujeron a la mitad sus alcaldías), permite pensar que empieza a quedar atrás un periodo de polarización extrema que, durante los últimos cinco años, nos tuvo varias veces al borde del abismo.
Sin embargo, no nos equivoquemos: Chile sigue sumido en un preocupante declive que amenaza con convertirnos, ahora sí, en otro caso de desarrollo frustrado. Una víctima más de la trampa del ingreso medio.
Son al menos cuatro las causas que explican este estancamiento. La primera es la fuerte caída del crecimiento, producto del desplome de la inversión, un mercado laboral cada vez más debilitado y un déficit fiscal que se ha vuelto endémico.
Luego viene la fuerte penetración del crimen organizado. Ello está arruinando nuestras seguridades más elementales y causando un daño real a nuestro potencial de desarrollo (ojo con la fuga de talentos hacia el extranjero).
En tercer lugar, nuestras instituciones democráticas exhiben una peligrosa fatiga de materiales: el poder presidencial se muestra desgastado, la judicatura atraviesa una tormenta perfecta y el Parlamento se ha fragmentado a tal nivel que hasta los acuerdos más básicos parecen una utopía.
Si a lo anterior le sumamos la crisis del sistema educativo -el caso del INBA es un recordatorio dramático de la degradación sufrida por los liceos emblemáticos-, el riesgo de hipotecar nuestro futuro se ha vuelto alarmante.
Como el pesimismo sirve de poco, Winston Churchill solía repetir que en política lo único útil es ser optimista, urge concordar un plan para superar estos tiempos borrascosos. Recordando a Edgardo Boeninger, tenemos que aspirar a construir una mayoría suficiente en torno a una democracia de consensos básicos.
Obviamente, no todos querrán sumarse. El PC y parte de la izquierda han demostrado una y otra vez su contumacia. Pero desde el socialismo democrático hacia la derecha debiera haber incentivos para concordar un pacto de desarrollo -o de gobernabilidad, si se quiere-, idea acuñada por el exministro Ignacio Briones. Este pacto no necesita abarcarlo todo, pero sí lo fundamental para sacar al país del marasmo, con metas claras y estaciones bien definidas.
La primera y más ineludible estación es el sistema político: si no se corrige, será imposible aprobar las reformas que un pacto de esta naturaleza exige. La segunda es la ruta fiscal: no podemos pasarnos todos los gobiernos discutiendo las bases de nuestro sistema tributario. Esto espanta a los “espíritus animales” que posibilitan el crecimiento y la inversión.
La tercera es proteger con eficacia nuestras fronteras y enfrentar el crimen organizado. Devolver a los chilenos sus calles y plazas es un deber impostergable.
A ello habrá que sumarle una radical reforma del Estado, que reduzca en serio la permisología -emprender grandes proyectos se ha vuelto casi un imposible-, las listas de espera en salud, el despilfarro en el gasto y la corrupción. Según el Ministerio Público, a fines de 2023 había más de 600 causas abiertas por delitos cometidos por alcaldes y/o funcionarios municipales.
Por último, es necesario reponer una cultura de respeto y aprendizaje en las salas de clases. La autoridad de profesores y directores de escuela debe ser drásticamente fortalecida. Y habrá que comprometer a las autoridades ministeriales con un plan concreto y medible para mejorar las competencias de los estudiantes en lenguaje, matemáticas, pero sobre todo en formación cívica. Este es, lejos, el más importante de todos los desafíos.
Por Gonzalo Blumel, Horizontal
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