Columna de Gonzalo Cordero: Buenas y viejas

Instalación de mesas Proceso Constitucional
FOTO: JESÚS MARTÍNEZ/AGENCIA UNO


Hoy iremos nuevamente a las urnas para continuar el proceso constituyente que aún no llega a puerto. Esta etapa se inició bajo la promesa compartida de acordar una “buena y nueva” Constitución, objetivo del todo deseable; de hecho, es tan obviamente positivo que no se requiere ser muy perspicaz para sospechar que si ha costado tanto es porque algún problema complejo entraña y que el mero voluntarismo es insuficiente para conseguirlo.

Tal vez, y lo digo bajo la premisa de la duda metódica, no hay que poner tanta expectativa en lo nuevo, la creencia de que hay cierta relación de causalidad entre novedad y calidad suele venir acompañada de falta de experiencia o de carencia de perspectiva histórica. No hace falta insistir que la sociedad actual, ordenada bajo la cultura de la emocionalidad, la inmediatez y la crispación, contribuye a esto; agreguemos, además, que en todo político -un constituyente lo es por definición- hay una semilla de padre, o madre, de la patria, esperando crecer para dar origen a “un nuevo Chile”.

Por ello, los afanes revolucionarios suelen ser expresión de soberbia y estar casi siempre condenados a chocar con la realidad, como ocurrió a los convencionales encandilados por el entusiasmo refundacional octubrista. El progreso, en todas las áreas, suele darse gracias a una sabia y afortunada combinación de lo existente enriquecido con saltos discretos, cualitativamente innovadores y geniales.

Ojalá los consejeros constitucionales que elegiremos hoy tengan, en su mayoría, presente estos elementos de sentido común. Una buena y nueva constitución solo puede configurarse sobre la base de muchas buenas y viejas normas, que ordenan principios probados, que están en nuestra cultura y que han funcionado razonablemente por décadas o siglos.

Esto no debe confundirse, por cierto, con el inmovilismo que resiste toda innovación; es evidente que se puede mejorar en una serie de materias, la sociedad evoluciona y con sus cambios surgen nuevos desafíos a los que es necesario hacer frente. El problema medioambiental, el rol de la mujer en la sociedad, la gobernabilidad en el contexto actual, por ejemplo, son problemas acuciantes, pero para resolverlos adecuadamente lo razonable es pararse sobre el piso sólido de siglos de instituciones como la igualdad ante la ley, los mecanismos de control del poder, las garantías de la libertad individual, la seguridad jurídica, la unidad de la Nación y un largo etc. Todo lo que la mayoría de la Convención pasada menospreció e ignoró, con el resultado que conocemos.

Es humano, comprensible y hasta deseable, que en cada uno de los que resulten elegidos haya la aspiración de ser un Diego Portales, de entrar a la historia llenando al menos un capítulo en los libros que aún no se escriben. Pero lo más probable es que ello no ocurra, que no les tocó no más, pero sí pueden hacer un gran aporte tomando todas esas viejas y buenas normas para dar un pequeño, modesto, pero sensato salto discreto. Nada mejor les puedo desear hoy.

Por Gonzalo Cordero, abogado

Comenta

Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.