Columna de Gonzalo Cordero: Celebrando retrocesos

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La idea de progreso no es tan sencilla como parece a primera vista. En el siglo XIX, los seres humanos estaban seguros que habían entrado en un camino de avance indefinido; los descubrimientos de la ciencia, los grandes saltos tecnológicos y la idea de la racionalidad como diosa rectora de la conducta, eran los pilares de una certeza que a corto andar se estrelló contra el muro de las mayores barbaridades imaginables ocurridas en las dos guerras mundiales, los totalitarismos, campos de exterminio y gulags, entre otros horrores.

Hasta ahora, no es fácil coincidir en qué significa avanzar y qué retroceder; esa disputa nos define muy profundamente. El gobierno, por ejemplo, quiere “avanzar” en sus reformas tributarias y previsionales, cuyas ideas matrices para mí son un “retroceso” y, por lo tanto, quisiera que los parlamentarios de oposición “avanzaran” decididamente en la dirección de evitarlas.

En estos días hemos visto un ejemplo que es un verdadero símbolo de estas distintas visiones. El gobierno destacó alegremente que Fonasa haya llegado al mayor número de afiliados de su historia. Fotos de autoridades exultantes, declaraciones y tuits, como el de la ministra Vallejo, que celebró que en estos meses han entrado más personas al seguro público de salud que durante todo 2022.

¿Será que más de 16 millones de personas lograron por fin el ansiado anhelo de entrar a Fonasa? ¿Las remuneraciones habrán crecido lo suficiente como para que más y más familias hayan podido alcanzar la meta de abandonar las isapres? ¿Cientos de miles de trabajadores han compartido con sus amigos que han dado el paso de quedar en una lista de espera? Sospecho que no.

Es que, más allá de la ironía, nuestros gobernantes piensan que la igualdad es la medida del progreso; el día que estemos todos en la misma fila estatal del hospital, la escuela, la universidad, el empleo y, por qué no, el uniforme, habremos llegado al nirvana, donde nadie tiene más, es más talentoso o esforzado, que los demás.

Cualquier persona inteligente comprende que esa igualdad total es imposible de imponer, salvo que se haga aplicando un nivel de coerción insoportable en una sociedad como la chilena. Los mismos partidarios de un sistema educacional estatal y universal dicen que es una aspiración irrealizable, pero solo por un problema de correlación de poder.

Una cotización universal, en que todos sean afiliados a Fonasa, es el objetivo, aunque se deba tolerar que unos pocos ricos tengan residualmente un seguro privado caro y ojalá muy limitado. Nada importa que este “progreso” sea consecuencia de la caída en las remuneraciones, que más personas hayan perdido su empleo, que la informalidad laboral crezca. Tampoco importa que las listas de espera sean mayores que nunca.

Las botellas se descorchan y los posteos se lanzan al ciberespacio cargados de emoticones, porque habrá más personas en la misma lista de espera, Fonasa para todos está más cerca. Aunque sea solo en esto, somos más iguales que nunca. Progresamos.

Por Gonzalo Cordero, abogado

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