Columna de Gonzalo Cordero: Civilización derrotada
Mientras la temperatura es particularmente elevada, al menos en la zona central del país, los chilenos nos enteramos, casi de pasada, de un par de hechos que parecen detalles, de esos que en el verano se resuelven por funcionarios subrogantes y llenan espacio en medios de comunicación ávidos de contenido: el Consejo de Monumentos Nacionales aprobó tres posibles ubicaciones para la estatua del General Baquedano y Metro ha decidido cerrar uno de los accesos de la estación Cal y Canto, debido a su inseguridad.
Como si fuera necesario “agregar ignominia a los efectos propios del delito” se nos dice, además, que en el primer caso la razón sería que el diseño del Proyecto Nueva Alameda hace necesario el traslado del monumento. La explicación es propia de Granma, ese faro de la libertad de prensa en occidente, por el que el Partido Comunista cubano “informa” a los habitantes de la isla.
Si algo caracteriza a la civilización es la capacidad de vivir sujetando las relaciones entre las personas a un conjunto de reglas previamente establecidas que procuran garantizar un orden social que sea justo, seguro y predecible. En ese orden civilizado es la razón y no la fuerza la que determina los derechos y deberes de cada uno, así como las sanciones para quien los transgrede. Especialmente importante es que eso que llamamos los bienes comunes, entre los cuales está el espacio público, sea usado de la manera pacífica que el sistema jurídico establece y si alguien pretende apropiarse de él, la sociedad debe restablecer su uso tranquilo, incluso mediante la fuerza si es necesario.
Pero en Chile, desde hace algún tiempo, vamos en el sentido inverso. La violencia es cada vez más el criterio que determina el uso del espacio público. El crimen organizado, las mafias del comercio ambulante y los “manifestantes” con piedra y bomba molotov, son los que deciden por dónde y a qué horas puede o no circular cualquier persona normal. En frustrante paradoja, son las instituciones del orden, aquellas a quienes se les encarga el imperio de la ley, quienes son perseguidas celosamente por el uso de la fuerza. El resultado está a la vista, en pocos años la barbarie gana terreno, ocupa calles, gobierna el transporte público, decide cuáles son los símbolos que merecen un lugar destacado en nuestra vida cotidiana y, por ende, que constituyen nuestra cultura. La civilización, mientras tanto, retrocede, se debilita y difumina, mientras las personas, quienes debiéramos sostenerla, parecemos anestesiados por el calor del verano.
Creo que el Ejército haría mal en someter la memoria del General Baquedano a la humillación de trasladarlo a alguno de los lugares ofrecidos, asociados por su ubicación al resguardo de personal militar. Baquedano no es solo un símbolo para los militares, ni su figura merece tener que estar protegida de los chilenos que le deben el país en que viven. Tarde o temprano la civilización vencerá a la barbarie y con ella Baquedano tendrá nuevamente el lugar que le debemos y que él se ganó.
Por Gonzalo Cordero, abogado
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