Columna de Gonzalo Cordero: Como si oyeran llover

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La gestión del gobierno es la expresión misma del fracaso de su discurso ético y de su proyecto político. Después de elegirlo, los chilenos les confiaron a sus representantes y aliados el control absoluto de la Convención Constitucional. A partir de ahí, todo ha sido un revés tras otro.

El integrante símbolo de la Convención quedó en evidencia cuando se descubrió que la historia de su enfermedad era un invento, lo que, sumado a la frivolidad de otros, los disfraces, la intolerancia y el mesianismo, condujeron al 62% que rechazó su proyecto, dándole un portazo a los afanes refundacionales que inspiran a esta administración.

La elección de un nuevo órgano constituyente fue la ocasión del siguiente fracaso. La oposición obtuvo dos tercios de sus integrantes. El discurso revolucionario se estrelló, por segunda vez, contra el muro del chileno normal, esforzado, cuyas dificultades no le hacen abandonar el sentido común y que, es de presumir, se dio cuenta que hace rato le están vendiendo humo.

Todavía no se apagaban los ecos de las derrotas anteriores, cuando se hizo público un sistema mediante el cual decenas de fundaciones, vinculadas a Revolución Democrática, han recibido miles de millones de pesos en transferencias directas, gracias a un sinnúmero de convenios con objetivos vagos, muchos de los cuales son sencillamente grotescos. Una curiosa sucesión de robos de computadores y teléfonos a funcionarios de las reparticiones públicas involucradas, así como de una caja de seguridad del Ministerio de Desarrollo Social, han sido un verdadero atentado a la credibilidad pública, si es que no a la inteligencia de la gente.

Cualquier gobierno razonable asumiría que tiene un problema grave, que un poco de humildad, de rectificaciones en el rumbo y de empatía con la percepción mayoritaria del país serían necesarias para cumplir con sus deberes esenciales. Nada de ello ha ocurrido.

De responsabilidad política ni hablar. La renuncia del exministro Jackson fue una manera de eludirla, no de asumirla, toda vez que no se produjo hasta la inminencia de una acusación constitucional que ganaba apoyos por día. El cambio de gabinete que le siguió no fue hecho para emprender un rumbo diferente; todo lo contrario, según nos notificó con notable desparpajo la ministra vocera.

Las reformas, de inspiración refundacional y carentes de apoyo popular, según dan cuenta múltiples estudios de opinión, siguen empujándose con la pertinacia y el mesianismo de un profeta. De hecho, el gobierno emplaza a la oposición y exige acuerdos sobre aspectos que constituyen -o debieran constituir- la esencia de opciones políticas contrapuestas. Es destacable, en todo caso, la manera en que, retiradamente derrotado, instala en el ambiente una suerte de obligación de acordar con él.

El gobierno mira con displicente distancia sus fracasos; el Frente Amplio elude sus responsabilidades y sus reformas viento en popa. Aquí no ha pasado nada, las derrotas y los fraudes no existen. Como si oyeran llover.

Por Gonzalo Cordero, abogado

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