Columna de Gonzalo Cordero: Contradicción mortal
“Muestra la gratitud que sentimos a todo lo que dejó construido, levantado, con mucha dignidad el comandante Hugo Chávez y muestra que desde aquí, desde Chile, un país que tiene muchas dificultades, muchos problemas, que no tiene un gobierno como quisiéramos, a pesar de eso los chilenos reconocemos el legado que ha dejado Hugo Chávez y creo que al menos desde la izquierda, de los sectores democráticos y progresistas estamos más convencidos que nunca que hay que seguir ese legado, porque es un legado que tiene que trascender las fronteras venezolanas”.
Así hablaba Camila Vallejo, tras participar en un homenaje que la izquierda chilena rindió a Hugo Chávez luego de su fallecimiento. Ahora ella, su partido y sus compañeros de ruta gobiernan nuestro país. No se ha sabido que hayan cambiado de opinión, que hayan dejado de creer en el legado del “Comandante”, ni tampoco en el del otro, el que sumió a Cuba en la indignidad y la pobreza, al que también admiraban con arrobados gestos de idolatría.
Cuando se supo del secuestro y posterior homicidio del exteniente Ronald Ojeda, de las características del plagio y de la historia de la víctima, la mayoría del país supuso lo obvio: que era una operación montada desde Venezuela, una manera de amedrentar a la disidencia del régimen de Maduro, donde quiera que sus miembros se encuentren. Menos nuestro gobierno, en La Moneda se especulaba con otras teorías, con repentino rigor científico llamaban a no descartar ninguna hipótesis.
Pero ahora el fiscal a cargo de la investigación nos dice que sí descartó todas esas otras teorías, que la única que queda en pie es la obvia, la que se suponía en todo Chile, menos en Palacio. Todo un homenaje a la navaja de Ockham, el principio que se atribuye al fraile franciscano y que dice que generalmente la explicación más sencilla es la cierta.
Pero asumir eso significaba hacerse cargo de que el régimen de Maduro, el que sigue el “legado”, efectivamente está trascendiendo las fronteras, ya no solo a través de la inmigración o de las bandas como el “imaginario” Tren de Aragua, que comete a diario “imaginarios” crímenes en nuestras calles, sino también a través de asesinatos políticos, cometidos con singular crueldad y gráfica ostentación.
Entonces, el Gobierno tendría que hacer algo más que aprovechar un viaje de nuestro embajador para darle la connotación de llamado a informar, pero eso sería quemar los dioses que ayer adoraron. El problema es complejo; por algo menos grave -no le costó la vida a nadie- otro amigo de nuestros gobernantes, el presidente mexicano, rompió relaciones con Ecuador y recibió el apoyo de nuestras autoridades.
Acá, en cambio, se aducen principios de la diplomacia para no hacerlo. Es verdad que romper relaciones es un recurso final, pero qué tendría que hacer Maduro para que llegáramos a ese punto ¿invadirnos? En el corazón del gobierno está instalada una contradicción insalvable, una contradicción en la que pierde Chile y que para Ronald Ojeda fue literalmente mortal.
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