Columna de Gonzalo Cordero: Cuestión de prioridades
Las sociedades que no crean riqueza a un ritmo sostenido y alto están condenadas a la pobreza y con ella al sufrimiento, las injusticias, la frustración y los padecimientos que caracterizan al subdesarrollo. Sin la libertad, que da rienda suelta a la creatividad y permite recompensar el esfuerzo personal, ningún país ha alcanzado el desarrollo. Los proyectos basados en un Estado fuerte que intenta conducir la economía, asignar bienes, derechos y oportunidades, solo han sido, al decir de Hayek, un camino de servidumbre.
Allí donde se progresa, donde hay emprendimiento, necesariamente hay lucro y también desigualdad. Es inevitable, es el precio a pagar para que todos puedan tener, al menos, un nivel de vida digno y múltiples oportunidades que hagan realidad la mayor promesa del orden liberal: la movilidad social. No se trata solo de que todos seamos iguales ante la ley, sino que podamos ser distintos, diversos, fijarnos nuestras metas y trabajar para alcanzarlas, dando lugar a un sistema social dinámico, donde inevitablemente unos serán más exitosos que otros.
El socialismo latinoamericano no ve nada de esto, no concibe la riqueza individual sino como consecuencia del abuso y la apropiación ilegítima de rentas que debieron repartirse entre todos por igual. La explotación de los trabajadores, de los recursos naturales, o los beneficios derivados de los privilegios de una clase alta endogámica, acomodada y extractivista, son para ellos las únicas fuentes del éxito y las causas de la desigualdad. Nos dicen que el mérito sencillamente no existe, no es más que una fábula inventada para legitimar los mullidos cojines en que retoza una minoría a costa del trabajo mal pagado que realiza la inmensa mayoría.
Aunque ahora nuestros gobernantes digan que llegaron al poder a estabilizar la sociedad y conseguir que volviera a crecer, todos sabemos que eso no es así. Fueron actores centrales de su desestabilización, y lo fueron porque la denunciaban como injusta, llena de abusos. Su objetivo declarado era hacer de Chile “la tumba del neoliberalismo”, modelo que identificaban expresamente con los treinta años y respecto de los cuales tenían un juicio lapidario, en el que la Concertación ocupaba el lugar central, gobierno de Lagos incluido.
Su historia -la de algunos más breve que la de otros- muestra reiteradamente que el crecimiento no es su objetivo, nunca lo ha sido. Lo que los motiva es la redistribución, los impuestos altos, las empresas estatales, las regulaciones que le pongan coto a los depredadores. Eso que llamamos “permisología” no es más que la expresión normativa de sus prejuicios contra cualquier actividad empresarial, de la que desconfían y, cuando más, toleran a condición de someterla a ese laberinto kafkiano de requisitos que han construido.
Por eso el ministro de Economía prefiere irse a jugar un partido de futbolito antes que asistir a la cena del encuentro más importante para la principal actividad económica del país. Simplemente, es una cuestión de prioridades.
Por Gonzalo Cordero, abogado
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