Columna de Gonzalo Cordero: Emblema del sacrificio

Funeral cabo Palma


En la tradición judeo cristiana, el concepto de sacrificio tiene un sentido muy particular y que hoy alcanza su máxima expresión. El dolor, y particularmente la muerte, dejan de entenderse como una ofrenda para saciar la vanidad de dioses caprichosos y adquiere un sentido redentor. El mundo católico celebra hoy la victoria del hijo de Dios sobre la muerte y, con ese tránsito suyo, del sacrificio a la vida, la oportunidad de los seres humanos de redimirse mediante un camino de encuentro con el Dios del Nuevo Testamento que perdona y acoge.

Esta concepción ha permeado a la cultura occidental, que cree, porque quiere y necesita creer, que determinados sacrificios no son vanos, que son capaces de imbuir a otros de fidelidad a ciertos valores, de impulsar a cumplir con un destino, incluso a luchar por un proyecto colectivo. El sacrificio redentor es el que tiene un propósito, que ofrece un sentido capaz de guiar la vida de los demás.

Por eso hoy, que es Pascua de Resurrección y redención, no puedo sino dedicar estas líneas a los carabineros que han sacrificado su vida, tres solo en el último mes: Daniel Palma, Rita Olivares y Alex Salazar. De nosotros depende que sus sacrificios, y el de todos los que les antecedieron, no sean vanos, que sean capaces de redimir a una sociedad que extravió el rumbo, que en cierto momento los vio a ellos como el enemigo y glorificó la violencia brutalmente ejercida en su contra. Se hicieron poleras que idolatraban, en el más propio sentido de la palabra, la imagen de un perro negro con pañuelo rojo al que denominaron “matapacos”, que algunas autoridades y figuras públicas ostentaron con orgullo en su momento y que, espero, será para ellos registro imperecedero de vergüenza.

Orden, patria, ley, honor y sacrificio, son los conceptos que articulan el himno de Carabineros; allí está resumido el ethos de una institución integrada por personas humildes; cada uno de esos carabineros fallecidos pertenecían al escalafón llamado de nombramiento institucional, con remuneraciones modestas, que no cobran horas extras, que terminado su “servicio” -así llaman ellos naturalmente a su jornada laboral- tienen que subirse al transporte público para ir como cualquier otro chileno a las mismas poblaciones tomadas por el narcotráfico; cuyos hijos, nunca debiéramos olvidarlo, fueron muchas veces estigmatizados por profesores ideologizados en la fiebre de esa violencia que se justificó e idealizó llamándola “estallido social”.

Imperfecta como toda institución humana, con algunos que han traicionado la vocación que los define, nadie lo niega. Pero, ¿quién está en posición de apuntarlos con el dedo y estigmatizarlos? Tantas veces agredidos, acusados injustamente, usados y menospreciados, siguen ahí levantándose cada día, sin saber si regresarán a sus hogares, vistiendo un uniforme que es blanco de disparo para delincuentes, dando testimonio de esa estrofa que este mes, como cada abril, cantarán con justificado orgullo: “del sacrificio somos emblema”.

Por Gonzalo Cordero, abogado

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