Columna de Gonzalo Cordero: Equidad de género sin Amor

Isabel Amor
Equidad de género sin Amor. Javier Torres/Aton Chile


Ignoro lo que piensa Isabel Amor, ni si milita en algún sector político. De acuerdo a un video que circula en redes sociales, votó por el Presidente Boric. La única información verdaderamente relevante sobre ella es que postuló, y fue seleccionada a través de la Alta Dirección Pública, para ejercer un cargo del que fue cesada dos días después de asumirlo por una sola razón: su padre fue condenado en una causa relativa a violaciones de derechos humanos.

El Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género ha dado una serie de explicaciones, pero todas terminan en que ella no ofrecería suficiente confianza a las actuales autoridades, en razón de las acciones de su progenitor. A juicio de la ministra Orellana y del exministro Jackson, ella no repudió a su padre y las conductas por las que fue condenado con suficiente fuerza. Esto es un retroceso de mil años en la civilización. ¿Qué viene después? ¿Juicios por ordalías? ¿Muerte civil de la familia, como en la antigua Roma?

Este caso es la expresión de un problema grave, cual es el establecimiento de supuestas verdades a las que se coloca por sobre el debate racional y, por lo mismo, anulan el principio básico sobre el que se ordena la sociedad moderna: el pluralismo. Es tal la fuerza que se les atribuye, que adquieren una naturaleza cuasireligiosa, y a cualquiera que las cuestione, expresa o tácitamente, se le sanciona como hereje.

Una sociedad pluralista debe asumir que todas las ideas estén expuestas a la crítica, al disenso, incluso a la descalificación radical, con el solo límite del pleno respeto a quien las sostiene. Pero hoy se pretende que existan ciertas categorías intelectuales sagradas, al punto que cuestionarlas entrañaría una forma de violencia que justificaría y legitimaría incluso represalias de fuerza.

En este caso, no se trata realmente del principio esencial de los derechos humanos, sino del juicio histórico sobre la crisis de nuestra democracia que no solo debe ser unívoco y sin matices, sino que debe declararse como auto de fe. Si Isabel Amor no repudia a su padre con suficiente fuerza, entonces su fidelidad a ese credo es débil y, por tanto, debe ser purgada. La tutela de estas verdades está entregada a seres impolutos, guardianes que juzgan y sancionan a través de la descalificación, la presión sobre las instituciones, la censura e imposición del lenguaje, la lapidación en redes sociales.

Este es el fin del estado de derecho, la regresión a sistemas arbitrarios, en que no hay reglas, todo es subjetividad que permite tratar de distinta manera los principios, según la cercanía o lejanía política con los involucrados. No se ve a las organizaciones feministas militantes condenando a Alberto Fernández, ni se escucha su apoyo a Corina Machado.

Partí estas líneas diciendo que no conozco a Isabel Amor, no lo necesito, ni tampoco pensar como ella, para defender que se le juzgue por sus actos y se le exija lo que prescribe la ley. Nada más, nada menos. Democracia y civilización se solía llamar a eso.

Por Gonzalo Cordero, abogado

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