Columna de Gonzalo Cordero: Funeral vikingo
Uno de los rasgos más característicos de las civilizaciones, desde la antigüedad hasta ahora, es concebir el misterio de la muerte como un viaje, la partida hacia el destino final. Las tumbas egipcias muestran como faraones y altos dignatarios eran sepultados con las provisiones necesarias, los griegos enterraban a sus muertos con un par de monedas para que el difunto pudiera pagar a Caronte, el barquero del Hades y los vikingos lo concebían esencialmente como el viaje de un guerrero, hacia el paraíso de la lucha y el valor.
El viaje final, que cada grupo humano concibe para sus muertos, dice mucho de las culturas, de sus valores, de las diferentes concepciones de la vida ideal. No es extraño que eso que hemos llamado la “narco cultura” haya desarrollado también sus propios ritos fúnebres. Con una distorsionada evocación de la figura del guerrero, los realizan como una marcha agresiva, exhibiendo sus armas, disparando al aire en expresión de desafío contra esa sociedad política y jurídicamente organizada a la que ellos identifican como su enemigo.
Uno de los signos más claros del avance del narcotráfico es la manera en que progresivamente su presencia pasa de lo clandestino a lo visible, su poder comienza a exhibirse, sus líderes pasan a ser personajes de interés más allá de las secciones policiales de los medios de comunicación. De una subcultura pasan a ser, al menos en los sectores más populares y marginados, una contracultura que compite con el Estado en la definición e imposición de un orden social. Esto América Latina lo ha padecido en sus expresiones más brutales.
Eso está ocurriendo en Chile, es absurdo negarlo. Esta semana que pasó estuvo copada por la contradicción entre el funeral narco en Valparaíso y la demolición de las llamadas “narco casas” en La Florida. En el puerto se suspendieron clases y cerraron establecimientos educacionales, por temor al cortejo; Carabineros vigila en una actitud en la que se confunde a quiénes cuidan realmente. Desde luego, esto no es culpa de la policía, sino del gigantesco retroceso del imperio efectivo de la ley, al punto que en muchas calles y barrios ya hay un grado importante de disputa social por el rol de la autoridad.
Por eso, la reacción de autoridades de gobierno, del fiscal nacional e incluso de alguna parte de la prensa, ha sido equivocada respecto de lo que ocurre en La Florida. Es legítimo tener distintas visiones de lo que hace el alcalde Carter, de su efectividad o motivaciones, pero prescindir de la dimensión propiamente política, esto es, del símbolo de enfrentamiento entre la ley y la impunidad con que viven los narcotraficantes, es perderse en el bosque por la incapacidad de ver los árboles. Un mínimo de perspectiva apuntaría a concluir que incluso los críticos debieran enfocarse a mejorar lo que sucede en La Florida, pero reconociendo que es una acción en el sentido correcto, mientras lo de Valparaíso es el triunfo de la barbarie y el delito. Ya no estamos para funerales vikingos.
Por Gonzalo Cordero, abogado
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