Columna de Gonzalo Cordero: La batalla de los 50 años

Bombardeo a La Moneda 1973 wsp


Un irónico adagio dice que “a los historiadores se les ha dado un poder que incluso a los dioses se les ha negado: modificar el pasado”. Es que la historia admite tantas interpretaciones como intérpretes hay; el conocimiento y análisis del pasado no es una disciplina que pueda pretender objetividad, no hay hechos puros, indubitados, ni personajes que concierten la unanimidad, incluso los mayores criminales del siglo XX, Mao, Stalin y Hitler, tienen seguidores y admiradores.

Por eso es tan absurda la pretensión de tener una visión común de nuestro pasado, objetivo que se vuelve incluso peligroso cuando viene desde el poder político, la historia oficial es enemiga de la libertad y de la democracia. Las sociedades no necesitan una mirada compartida de su historia, ni una sola cultura, ni menos una sola religión, lo que las sociedades requieren es la capacidad de convivir armónicamente en la diversidad de visiones históricas, culturales y religiosas.

El esfuerzo de la izquierda, y especialmente del gobierno, de hacer de este 11 de septiembre la oportunidad de consolidar una sola interpretación de lo que ocurrió hace 50 años es contrario al objetivo de tener una sociedad sana y pacífica. Expresiones tan obvias en su enunciado como “nunca más” abren de inmediato la puerta a una infinidad de alternativas. Para unos es nunca más un Golpe de Estado, para otros es nunca más legitimar la violencia en política. La unidad que se requiere no surge de la unanimidad, sino del respeto a la diferencia. Esto debiera ser obvio para quienes hacen de “las diversidades” un factor central de su acción política, pero cuando llegamos al “11″ se les acaba la valoración de las diferencias.

La función natural de los políticos es mirar al futuro, no al pasado, y en esa mirada solo cabe aspirar al acuerdo en las condiciones civilizatorias mínimas que ponen límite o reglas a los desacuerdos en la convivencia. El respeto a un conjunto de derechos esenciales, a eso que llamamos derechos humanos, a las libertades fundamentales, a condiciones mínimas de vida compatibles con la dignidad del ser humano y, dentro de ese marco, a dirimir las diferencias contingentes por la regla de las mayorías y de forma obligatoria. Más allá de eso, legítimas opciones y respeto recíproco.

Hay políticos de izquierda que demandan a la derecha el decir que nunca se puede validar un Golpe de Estado y otros de derecha que quieren que se reconozca que el gobierno de Allende cayó en la ilegitimidad. Ambas pretensiones son incompatibles; por lo que, si fuera requisito de la convivencia que se impusiera una exigencia sobre la otra, la vida común se volvería imposible.

Más del 70% de los chilenos no habían nacido hace 50 años. El Presidente Boric ha cometido el error grave de pretender lograr una hegemonía cultural sobre lo que ocurrió en la prehistoria de esa mayoría, traicionando así la esencia de su rol político: trabajar para hacer un futuro mejor. Haría bien en dejar a los historiadores cambiar el pasado.

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