Columna de Gonzalo Cordero: La gran mentira
El engaño se frasea más o menos así: “el crecimiento económico no basta; si la sociedad queda entregada al capitalismo salvaje solo se benefician unos pocos privilegiados, mientras la inmensa mayoría tiene que conformarse con el chorreo”. Como toda mentira bien articulada parte por una verdad evidente, que el crecimiento por sí mismo es insuficiente y termina con una apelación emocional que agita el natural anhelo de justicia que todos llevamos dentro.
Pero todo es un vulgar engaño, la realidad muestra que cuando los países crecen alta y sostenidamente son los más necesitados los que obtienen los mayores beneficios, se les abren oportunidades antes inimaginables, se convierten en miembros orgullosos de la clase media, ese segmento burgués sobre el que se edificó la cultura occidental en la modernidad y, tanto o más importante, se liberan del clientelismo humillante al que someten las burocracias estatales a aquellos que dependen del subsidio, la beca o la cuota.
Si algo chorrea el crecimiento económico es dignidad y lo hace a raudales, porque no proviene de los más ricos, sino de la fuerza interior que acompaña a la libertad que cada uno comienza a ejercer.
Tampoco es verdad que se puede regular a destajo, poner impuestos altos para que “el progreso llegue a todos”, como nos dicen con expresión de compungida solidaridad con los recursos ajenos. No es verdad que “los ricos” van a invertir igual y la economía no perderá vigor; entre otras cosas, porque el verdadero motor del crecimiento son esos miles y miles de pequeños emprendedores que constituyen los eslabones de ese maravilloso concepto que es la cadena de valor, donde los ricos son una parte muy importante, pero muy pequeña proporcionalmente. Y esos pequeños emprendedores se asfixian rápidamente bajo las pesadas losas de los tributos y las regulaciones.
La gran mentira conduce, como hemos experimentado los chilenos en los últimos años, al estancamiento. Dejamos de progresar, las expectativas incumplidas generan frustración y el sistema político comienza a sentir la presión de las demandas sociales insatisfechas. De pronto se descubre que las tarifas se vuelven más y más pesadas. Los contratos que el Estado celebró con los concesionarios de infraestructura vial, sanitaria o eléctrica se perciben políticamente insostenibles y empiezan las modificaciones “bananeras”, los congelamientos de tarifas, los subsidios insostenibles que desordenan las cuentas fiscales y estimulan la inflación, el impuesto de los pobres.
Pero la gran mentira tiene un efecto aún peor que todas sus consecuencias económicas: produce sociedades animadas en el resentimiento y la desconfianza. Así, además de pobres, nos volvemos violentos, inseguros y el resentimiento ya no solo anima a los pobres contra los ricos, sino que se vuelve un estado de ánimo mucho más generalizado.
En el fondo, de esto se trata la discusión sobre las tarifas eléctricas, un efecto más de ese engaño monumental en el que parecemos condenados a vivir los latinoamericanos.
Por Gonzalo Cordero, abogado
Comenta
Los comentarios en esta sección son exclusivos para suscriptores. Suscríbete aquí.