Columna de Gonzalo Cordero: La llamada

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La llamada de la diputada Orsini a una integrante del alto mando de Carabineros es una infracción ética y una transgresión de sus facultades. A lo primero, porque cualquier consideración de interés general que pudo tener se ve anulada por la relación personal -hasta ahora no desmentida- con el afectado por el procedimiento policial; y, a lo segundo, porque los diputados no tienen facultades de fiscalización; estas corresponden al órgano colegiado que integran, e incluso esas se aplican a los “actos de gobierno” y no a los procedimientos de un par de policías.

¿Por qué lo hizo? ¿Será porque es de izquierda? Desde luego que no. Lo hizo, probablemente, porque es un ser humano que participa de la tendencia natural de nuestra especie a abusar del poder, lo que no la exime del escrutinio institucional y de la sanción que corresponda, si ello procediere. Con su llamada, la parlamentaria nos recordó la razón por la que el Estado democrático de derecho es una forma de gobierno superior a la de los regímenes comunistas, fascistas, nacionalsocialistas o a las teocracias. Mientras esas perversiones del orden social concentran el poder en pocas manos, la democracia liberal busca dispersarlo, controlarlo y limitarlo en el tiempo.

Pero, también, y paradojalmente, nos recordó por qué las economías libres son más eficientes y más justas que cualquier modalidad estatista de producción y asignación de los bienes. Porque, así como un dirigente político de alto rango puede llamar a un jefe policial, también puede llamar al gerente de una empresa pública para que no despidan al inepto con el que tiene un vínculo, o para que lo contraten, o para que se inviertan los recursos públicos de una cierta manera y no de otra. Es que todos tenemos esa mezquina tendencia a manejar las pérdidas como socialistas y las ganancias como capitalistas. Es decir, distribuir las primeras y apropiarnos de las segundas. Ver a Maduro comiendo en el restaurante de Salt Bae, atendido como una estrella, es lo mismo que la llamada, pero elevada a otra escala.

Por todo esto es que se debe huir de toda pretensión de superioridad moral. Es bueno recordar siempre que los de un partido o de otro, de la tendencia de más acá o de la de más allá, somos básicamente lo mismo: individuos con 46 cromosomas, siempre más cerca de ser miserables que santos. La única diferencia es que algunos promueven -o debieran promover- un orden social de libertades, en que las oportunidades no están entregadas a la influencia de un dirigente y en que importa más el esfuerzo personal que la red de contactos, la membresía en un partido o la adscripción a un “colectivo”.

Un diputado de oposición habría dicho que si la llamada se produjo cuando el detenido había sido liberado la situación sería diferente. Para nada, antes o después, en la forma que se hizo es un abuso y un amedrentamiento a los policías. El poder se ejerce institucionalmente y sujeto a responsabilidad; los diputados no están por sobre la ley, ni son un club de amigos.

Por Gonzalo Cordero, abogado