Columna de Gonzalo Cordero: La pelota es mía
Un clásico de la cultura popular es la historia del niño que invita a jugar fútbol con su pelota, pero bajo la condición implícita de que gane su equipo, porque si pierde se va y se lleva la pelota para la casa. Algo así comienza a suceder con la izquierda y el proceso constituyente. La semana recién pasada se conoció la declaración de un grupo relevante de personas que anunciaron su voto nulo en la elección del próximo domingo. La oligarquía expropió el proceso constituyente de los pueblos, dijo uno de sus firmantes.
Ya antes lo había dicho Jaime Bassa, cuando señaló en redes sociales que con el acuerdo alcanzado para un nuevo proceso se podía llegar a una Constitución con mayor legitimidad democrática, pero no a una “nueva” Constitución. De sus palabras se interpreta que ahora solo ve posible un reordenamiento de las instituciones que configuran el orden social y el Estado, todo lo que debiera cambiarse en su esencia para que la Constitución pudiera llamarse propiamente nueva.
Eso es lo que hizo la Convención y que el 62 por ciento rechazó. Como ese resultado les parece incomprensible, porque la mayoría no puede rechazar lo que ellos creen que les favorece, entonces solo pueden interpretarlo como un fraude. Así surgen teorías como la campaña del terror, las fake news, el control oligárquico de los medios de comunicación y, en última instancia, la del poder del dinero en la política. Finalmente, esta última es la gran explicación de todo.
Bajo esos términos, la democracia -como la pelota del niño de nuestra fábula- solo puede utilizarse cuando ganan, porque resultándoles la derrota una alternativa inconcebible, la descalifican cuando pierden o se autoexcluyen cuando la vislumbran anticipadamente, como empieza a ocurrir en estos días.
No se requiere ser un analista muy avezado para anticipar que la libertad de elegir entre opciones estatales y privadas en la provisión de bienes públicos, la constitución de derechos reales sobre el agua y los minerales, y el contexto en que se da la negociación colectiva y la huelga, marcarán los puntos mínimos en que no parece posible el acuerdo, salvo que alguna de las partes renuncie a aspectos esenciales de su visión de los derechos fundamentales.
Lo razonable es entender que para esto es que se eligen constituyentes mediante el voto popular y así dirimir, mediante la regla de la mayoría, los puntos en que no es posible el acuerdo. Lógica completamente diferente a lo que podríamos llamar la “tesis Stingo”, que era excluir de la conversación a la minoría: “Los acuerdos los pondremos nosotros, y si ustedes quieren se suman; que quede claro desde ya”.
Así, lo que empieza a suceder es que la izquierda más extrema coloca en una tensión insalvable a esa otra izquierda, la que gusta en llamarse “socialismo democrático”; ¿seguirán en el proceso con la misma convicción y lealtad si el resultado del próximo domingo les es adverso? Nuestro drama constitucional es que, en verdad, nadie tiene certeza de la respuesta a esa pregunta.
Por Gonzalo Cordero, abogado
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