Columna de Gonzalo Cordero: Nacionalización
En los tiempos en que se discutía si la propiedad estatal de los medios de producción era mejor que el libre mercado, los chilenos asumimos el camino del socialismo. En el siglo pasado creamos empresas estatales, usurpamos campos -expropiación le llamamos, pero con pagos irrisorios- y le dimos, literalmente, un manotazo a las empresas norteamericanas de la gran minería.
Con entusiasmo y virtual unanimidad política se hablaba pomposamente de “nacionalización del cobre”. Así, decían los revolucionarios de la época, las riquezas de los chilenos serían de sus dueños y dejarían de ser saqueadas por el “imperialismo yanqui”. El resultado es conocido, nuestro país se encumbró en la parte superior del ranking de los países más pobres, con mayor inflación y más inestables de América Latina, y como esta era una de las regiones más pobres e inestables del planeta, el logro no era poca cosa.
Pero como la realidad tiene la costumbre de ser persistente, el castillo de naipes del Estado productor y planificador cayó estrepitosamente, el llamado socialismo real quedó sepultado bajo los bloques de concreto del Muro de Berlín. Hubo una época en que ingenuos y optimistas pensamos que no volveríamos a escuchar cosas como nacionalizar. Está claro que nos equivocamos, aunque seguramente los grandes navegantes del siglo XVI también deben haber pensado que nunca más alguien diría que la Tierra es plana. Ellos no anticiparon que existirían internet y las redes sociales, así como yo no preví hace 30 años que existirían el Frente Amplio y Apruebo Dignidad.
Aquí estamos de nuevo, con un gobierno que nos anuncia alborozado la nacionalización del litio. Aunque, nos dice, no hay de qué preocuparse, pues esto será bajo una forma de colaboración público-privada muy virtuosa: los privados aportarán el capital, el conocimiento y el trabajo, y el Estado “colaborará” controlando la sociedad creada al efecto. Para ser honestos, tampoco hay demasiado de qué sorprenderse, pues en el Congreso ya hay una propuesta de reforma que apunta a la nacionalización de los ahorros previsionales y la del sistema de salud está ahí, a la vuelta de la esquina.
Con todo, hay diferencias entre estas nacionalizaciones y las de la centuria pasada: entonces estaba de moda eso de estatizar, muchas economías eran cerradas y buena parte del planeta creía que el socialismo era mejor que el capitalismo. Ahora, visto desde el mundo desarrollado, debe parecerles pintoresco; en los 60, los hippies del primer mundo se entusiasmaban con nuestro socialismo, los de ahora están creando startups en California. ¿Alguien imagina a Australia nacionalizando el litio?
El año pasado solo SQM le entregó más recursos al Estado que Codelco, sin que se invirtieran recursos públicos, ni riesgos, ni demora, pero puede más la compulsión de desenterrar viejas utopías, como si hubieran funcionado alguna vez. “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió”, dice Sabina con sabiduría. Podrían escuchar esos versos por acá.
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