Columna de Gonzalo Cordero: Otro país
Al momento de escribir estas líneas aún no se conocen todos los resultados de la jornada electoral, pero basta con los datos conocidos para saber que el país dio un golpe de timón hacia la izquierda, que el Chile que se construyó a contar del año 90 queda en el pasado y que la centroderecha acaba de sufrir una derrota de gran profundidad, no tanto por los votos obtenidos o los cargos perdidos, sino por la implicancia de llegar a la Convención Constitucional lejos del tercio que le habría asegurado jugar un rol relevante en ella.
¿Qué pasó, qué explica esta votación? En la televisión veo a un importante dirigente político de Chile Vamos decir que los partidos de su coalición y el gobierno fueron incapaces de interpretar los anhelos de cambio de la gente. Sospecho que esa será la explicación más recurrida, que muchos mirarán hacia la izquierda con cierto espíritu autoflagelante y con la convicción de que ellos sí supieron leer lo que las personas quieren, por ende, sentirán el vértigo de tomar aún más banderas del discurso de sus adversarios.
Tengo una visión completamente diferente y la he expresado sostenidamente desde hace varios años, tampoco es mi ánimo atribuir errores, pero si no se evalúa con frialdad y la mente abierta las causas de esta derrota será imposible enmendar el rumbo. El primer error es pensar que la izquierda supo leer lo que quieren los electores; es exactamente al revés, con mucha paciencia y por muchos años supieron instalar una visión del país, un diagnóstico de los problemas, así como una propuesta de solución.
La noche de ayer se empezó a escribir cuando la centroderecha fue incapaz de enfrentar el discurso de la desigualdad y el abuso, cuando no tuvo la claridad y la convicción para defender el progreso que el país había alcanzado tanto con su modelo de desarrollo como con su estructura institucional. Luego, con votos de parlamentarios de derecha, la izquierda logró cambiar el sistema electoral mayoritario por uno proporcional, con lo que se cambió completamente la dinámica del Congreso, de un sistema de dos grandes bloques condenados a buscar el centro -etiquetado como el “duopolio”- pasamos a uno de multiplicidad de partidos, con parlamentarios elegidos con menos del 5%, con una agenda pauteada por el populismo, hasta llegar en muy pocos años a un sistema político en que una de las figuras con mayor aprobación, que se perfila como carta presidencial, insulta por televisión con los peores garabatos al Presidente de la República.
El avance hacia este resultado cobró un nuevo impulso cuando importantes dirigentes políticos creyeron que subirse al discurso de una nueva Constitución iba a ser una manera de consolidar en democracia las principales instituciones que nos habían dado estabilidad en las últimas tres décadas. Entonces, la estrategia era que todos nos subiéramos al carro del Apruebo, porque así esa opción sería de todos, sin considerar que el cambio hacia una nueva Constitución representaba simbólicamente dejar atrás el país identificado con la centroderecha. También fue con votos de la centroderecha que se pudo aprobar el primer retiro de fondos de las cuentas de ahorro previsional, entrando así en una dinámica imparable.
Chile entró en la lógica de elegir entre un cambio real, que condujera hacia una nueva sociedad en que no hubiera desigualdad, ni abusos, ni enclaves autoritarios, o seguir en el mismo país, ese país demonizado como injusto y de propiedad de unos pocos. Esto explica que ayer los únicos que sufrieron una derrota mayor en la elección de constituyentes fueron los partidos de la ex Concertación, administradores por más de 20 años de un modelo ajeno y que frente a la irrupción del Frente Amplio, del PC y otras fuerzas de extrema izquierda quedaron entre Tongoy y Los Vilos, para usar la conocida expresión popular.
Chile comienza un nuevo ciclo, no sabemos cuánto durará, ni la profundidad que alcanzarán los cambios asociados a las instituciones de la nueva Constitución que se escribirá, lo que sí debiera saber la centroderecha es que tratar de tomar las banderas de sus adversarios, legitimando sus propuestas y su proyecto, sólo la condujo a una de sus mayores derrotas y a despertarse, de un día para otro, en otro país.
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