Columna de Gonzalo Cordero: ¿Responder o resolver?
El Presidente ocupó tres horas y media para decirnos que ya no quiere implementar todo su programa, sino solo la parte que tiene que ver con subir, una vez más, los impuestos y derogar el DL 3.500 para hacer su reforma previsional, la que desarma la institucionalidad que aseguró los ahorros previsionales, les hizo ganar rentabilidad y fue la base del mercado de capitales sobre el que se ha levantado nuestro desarrollo. Perdone lo poco.
Si no hacemos esto, nos interpela, no podremos responder a las demandas sociales. Algunos, ávidos de acoger los llamados de la izquierda a suscribir “grandes acuerdos”, ignoran que esos consensos deben referirse a marcos comunes y no a la renuncia del proyecto propio para apoyar aspectos básicos de los del adversario. Esas diferencias no se consensúan, se dirimen en elecciones.
Manifestarse en contra de estos llamados se castiga con una membresía en el club de los “duros”, pero todavía valoro la honestidad intelectual lo suficiente para seguir haciéndolo.
Estimado lector, considero que las reformas que propone el Presidente son malas y que, en lugar de responder desde el Estado a las demandas sociales, es mejor el camino alternativo: resolverlas. Sí, porque es posible resolverlas, generando las condiciones para que el país crezca, para aumentar la riqueza disponible, para que las personas sean, cada vez más, dueñas de su propio destino. Eso consiguió este país cuando, gracias a la estabilidad institucional y el crecimiento económico, hizo posible que millones de chilenos mejoraran sus condiciones de vida en forma radical, accedieran a la educación superior, se incorporaran al consumo masivo de bienes, los niños dejaran de morir de desnutrición y los adultos aumentaran su esperanza de vida al nivel de los países desarrollados.
El sector político del Presidente negó, y sigue negando, esos progresos; apoyó el grave daño, literalmente a piedrazos, a la estabilidad institucional; empujó una propuesta de Constitución que nos dejaba en las puertas del chavismo, y ahora, derrotado su proyecto de manera reiterada y aplastante, se “conforma” con pedirle a la oposición su apoyo para terminar de estancar nuestra economía, seguir devolviéndonos al camino que conduce a la pobreza crónica y aumentar la base de dependientes sumisos de un Estado que les da un número para ponerse en interminables filas para intentar acceder a sus precarias respuestas en salud, educación, pensiones y subsidios que, en sus variadas formas, son administrados por la creciente red de burócratas.
No me gustó el discurso, no vi liderazgo espiritual y tampoco veo “humanidad” en convertir a las personas en pasivos consumidores de servicios estatales. Tampoco me emocioné con el cambio de tono y en lugar de ansiar su gran acuerdo, prefiero esperar las próximas elecciones, para que las personas con importantes demandas sociales puedan elegir un gobierno que sí las quiera resolver, estimulando el progreso individual. Tal vez, esto es ser duro; qué le voy a hacer.
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