Columna de Gonzalo Cordero: Sensaciones
“Es difícil ponerse como meta combatir sensaciones”, dijo la ministra Vallejo a propósito de la sensación de estar en la peor crisis de inseguridad de nuestra historia. Las sensaciones son el impacto que nos produce lo que percibimos a través de nuestros sentidos, por eso nuestros ojos y oídos son grandes generadores de las sensaciones más variadas; por ejemplo, en la pantalla de mi teléfono tengo una foto de mi familia, porque en cualquier momento me basta verla para experimentar una sensación placentera.
En los últimos días pude ver en la prensa que, en la playa de Peñuelas, en Coquimbo, se encontraron los restos de una persona descuartizada. Las informaciones posteriores sugieren que el desmembramiento ocurrió mientras la víctima aún estaba viva. La imagen de esa playa normalmente me provoca sensaciones agradables, porque la asocio a muchos de mis mejores recuerdos de infancia y adolescencia, pero esta vez me produjeron horror y tristeza. En qué se ha convertido un lugar que para mí era sinónimo de seguridad y alegría.
Otras imágenes me informan que un niño de cinco años fue asesinado de un balazo. Esta vez, la sensación fue de indignación. Imposible evitar que se activen todos los instintos primarios, biológicos, de padre. La sensación de que la más básica noción de justicia es la retributiva, la esperanza de que a los autores los encuentren y los encierren por el resto de su vida; pero se impuso la amarga sensación que provoca saber que eso es muy improbable.
Cuando salgo de mi casa, especialmente si es de noche, intento aguzar mis sentidos para percibir cualquier anormalidad, porque ya es inevitable vivir con una cierta sensación de temor. Es que el repartidor de la moto que va adelante podría sacar una pistola en el próximo semáforo o el auto que viene atrás puede ser robado y sus ocupantes hacerme un portonazo al llegar a mi destino.
Pero lo que la ministra quiso decir, es que todas estas sensaciones no son más que ilusiones, exageraciones, una sobrerreacción sicológica equivalente al ahogo del asmático, cuya vía respiratoria se estrecha por un par de pelos de algún gato. En realidad, parece decirnos, en cualquier favela de Brasil, o sus equivalentes en otros países latinoamericanos, ocurren cosas peores a diario. El gobierno no puede hacerse cargo de mis sensaciones -ni de las suyas, estimado lector-, porque tiene cosas más importantes que hacer.
Si los medios de comunicación les dieran solo unos pocos segundos o centímetros a estas cosas “que no aportan nada positivo” se acabarían estas sensaciones y, además, el Presidente podría volver a leer los diarios. Pura ganancia. Pero no, como la prensa es controlada por la derecha, dele que dele con balaceras, ajustes de cuenta, secuestros, descuartizados, asaltos, sicarios y otros percances que no afectan que sigamos siendo el país más seguro de la región.
En realidad, cada vez son más los chilenos que, al escuchar a las autoridades, tienen otra sensación, la de que nuestro país efectivamente se jodió.
Por Gonzalo Cordero, abogado
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